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Columna
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¿De qué sirven estas Cortes?

El acoso de los indignados a las Cortes Valencianas registrado esta semana quizá haya sido, paradójicamente, el más cumplido homenaje rendido a la institución desde que fue restaurada. La protesta y aun la crítica airada, además de pertinentes a nuestro parecer, conllevaban un reconocimiento insólito que contrasta con el clima general de indiferencia, cuando no desdeñoso, en el que se desarrolla la actividad parlamentaria autonómica. La autoridad gubernativa, mucho antes que reprimir a porrazos la efeméride, hubiera debido aprovecharla para practicar la pedagogía del autogobierno, o lo que por tal se nos administra. Pero la dicha autoridad no suele ser perspicaz y sí proclive, en cambio, a nutrir las páginas de sucesos, que en este caso han merecido una extraordinaria proyección mediática, algo ya habitual en casi todo cuanto acontece en la llamada Calamidad -por Comunidad- Valenciana.

El alboroto, pues, como se sabe, ha amenizado el arranque de la VIII legislatura en las nuevas Cortes que ciertamente presentan cambios notorios, empezando por la presidencia, adjudicada a Juan Cotino, un político con muchos quinquenios de brega partidaria a sus espaldas que ha irrumpido en la cámara encomendándose a un crucifijo. Debe ignorar el artículo 16 de la Constitución ("ninguna confesión tendrá carácter estatal") o considerar como uno de sus deberes evangelizar a los diputados. No obstante, aunque con reservas, creemos que tiene fácil mejorar la gestión de su cofrade y predecesora, verdadero dechado de torpezas, muy en consonancia por otra parte con la devaluación institucional de este órgano propiciada por el imperio del PP. Le acompañará en la Mesa otro peso pesado, decimos de Alejandro Font de Mora, que se refugia en un escaño después de haberle asestado un navajazo a la Ley de Uso y Enseñanza del Valenciano. ¿Era esto realmente necesario o meramente útil?

Otra novedad reseñable es el relevo de Ángel Luna como portavoz socialista. Quien a nuestro juicio ha sido uno de los mejores parlamentarios que han transitado por esa tribuna cede su puesto al líder del PSPV, Jorge Alarte, lo que acaso cuadre con los usos del partido, pero que en términos de eficacia retórica equivale a sustituir un lanzagranadas por un tirachinas. Así visto, procedería felicitar al PP y a su portavoz, Rafael Blasco, por haber sido liberados de tan implacable incordio, lo que asimismo les releva de seguir escudriñando en la vida y hacienda del mentado diputado con el fin de cerrarle la boca mediante ardides judiciales habida cuenta de la propia impotencia dialéctica. Una maniobra bochornosa. Este desarme habrá de ser compensado con un mayor denuedo por parte de Compromís y Esquerra Unida, dos grupos obligados a acentuar el pluralismo y la discrepancia, lo que puede repercutir favorablemente en el menguado crédito de la casa.

No será por desgracia novedoso el que las Cortes sigan ajenas a los debates que deberían importar a los valencianos, decimos del caos económico, de su salud y enseñanza públicas, así como de la implacable colonización clerical que padecemos. La corrupción y la opacidad que practica el PP, auténtica escollera contra toda pregunta inquisitiva que formula la oposición, ha provocado el efecto perverso de desnaturalizar la función del órgano legislativo. ¿Para qué nos sirve en estas condiciones? Los únicos que se lo han tomado en serio han acabado apalizados. Pero volverán, pues este paripé democrático no se sostiene.

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