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Reportaje:

Maltratos en primera persona

Laterapeuta Elena Vander relata en una autobiografía los abusos sexuales desde su infancia y muestra que es posible superar el trauma

Hay hechos en la vida que marcan a las personas para siempre, cicatrices indelebles que perduran en el tiempo. La terapeuta Elena Vander (Buenos Aires, 1974) vivió una de esas infancias y adolescencias traumáticas que parecen insoportables de vivir. De los cinco a los 15 años sufrió abusos de seis hombres distintos de su entorno familiar, su padre alcohólico se separó de su madre y desapareció, mientras que ésta les pegaba, tanto a ella como a sus dos hermanos.

A ratos, en su adolescencia, su vida le resultó tan insoportable, tan truculenta, que no estaba segura de querer seguir viviéndola. Pero lo logró y aquí está para contar su experiencia a través de En nombre del amor (www.ennombredelamor.es), una autobiografía del abuso sexual, en la que relata su demoledora experiencia como víctima de los abusos, orienta sobre cómo superar el trauma y da consejos para detectar los maltratos sexuales en menores.

"La misión del libro es mostrar que el trauma del abuso sexual en la infancia puede superarse. No es necesario cargar con estas secuelas de por vida. No digo que sea un camino fácil, pero es posible", advierte Elena, sobre un tema todavía considerado tabú para la sociedad y que deja cifras estremecedoras: una de cada cuatro niñas españolas y uno de cada siete niños sufren abusos sexuales. En la mayoría de casos los menores guardan el secreto y no lo cuentan.

Eso mismo le pasó a Elena durante mucho tiempo. Permaneció en silencio. "Al principio todo empieza como un juego, sin darte cuenta. Solo tenía cinco años y el novio de mi madre empezó a jugar con nosotros. Nos tocábamos, nos denudábamos, copiábamos posturas de revistas pornográficas..., juegas a entrar en el mundo de los adultos, algo que todo niño anhela", cuenta Elena, que señala que el abusador, en ocasiones, se aprovecha de la actitud complaciente del menor, que suele tender a contentar al adulto para evitar que se enfade. El abusador se siente legitimado y cree tener el consentimiento del menor, pero el cerebro de un niño o una niña no está desarrollado para saber qué está haciendo.

Además del novio de su madre, Elena sufrió abusos sexuales de tres vecinos, de su abuelo "postizo" y de su último padrastro. Procedente de una familia muy humilde, su madre trabajaba muchas horas y confiaba el cuidado de sus hijos a un entorno cercano que devino un círculo hostil. Los abusadores aprovechaban los periodos vacacionales y las excursiones al río, por ejemplo, para aprovecharse de ella de manera esporádica, a capricho.

Con la serenidad que produce haber superado un trauma, Elena desbroza algunos episodios de su pasado. Permanece grabada a fuego, y eso que lo escuchó con solo cinco años, cuando su padrastro le dijo que "si de mayor se hacía prostituta no tendría que ser pobre nunca más", o cuando tras venir de jugar en el jardín y dirigirse a su habitación, uno de sus abusadores aprovechó la oscuridad del cuarto para encaramarla a una caja y bajarle la ropa. En este caso la conmoción fue tal que desconoce el desenlace. Pero en ningún caso fue capaz de revelarlo a su madre, porque como le pegaba, le tenía pavor.

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Cuando se habita el universo de Elena se pasa de abuso en abuso sin ser consciente, como un río sigue su curso, o una estación sucede a otra sin ningún propósito: "Cuando eres pequeño no te planteas nada. Sabes que algo ha pasado, pero no lo puedes mencionar. Cuando entras en la etapa adolescente es tanto el trauma, las secuelas, las confusiones sentimentales, que lo que empezó como un juego infantil se convierte en una forma de vida, que deja secuelas muy profundas". Y reconoce que, en su caso, llegó un momento en el que buscaba al abusador porque de alguna manera su mente vulnerable de niña malinterpretaba el comportamiento sexual del adulto para confundirlo con una forma de cariño, o de conseguir privilegios, de manera que "hasta aprendes a intercambiar cosas o a ganarte la atención a través del sexo".

En opinión de Elena el abusador no es el único responsable, todo el entorno del menor tiene algún grado de responsabilidad. Estas situaciones suelen producirse en entornos vulnerables en los que adultos inmaduros se aprovechan del pequeño desprotegido y con carencias afectivas porque los progenitores no están pendientes de sus propios hijos por motivos diversos. El pedófilo suele ser una persona cercana, que intenta hacer sentir especial al menor, para ganarse la complicidad de este, sus favores sexuales y mantener el secreto.

Tras años de terapia, ha puesto en práctica el método de curar traumas de Peter Levine, un médico estadounidense de reconocido prestigio, se dedica a esto y ha conseguido reconciliarse con su madre y algunos de sus abusadores. Todo después de un proceso y de disculpas por parte de todos. Hoy Elena se siente feliz: "He recuperado mi dignidad. Tengo una pareja maravillosa y ganas de despertar a la gente. Tenemos la posibilidad de cambiar el pasado". Por eso su libro se llama En nombre del amor, porque este emerge cuando sanas, en ese momento, según Elena, el perdón viene solo. Por fin Elena es solamente Elena y no una consecuencia de sus traumas.

Elena Vander con un ejemplar de su autobiografía <i>En nombre del amor.</i>
Elena Vander con un ejemplar de su autobiografía En nombre del amor.TANIA CASTRO

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