Cerrado por derribo
Un año después de levantar dos copas europeas, la afición del Atlético está al borde de la desesperación. Unos rompen sus camisetas, otros rasgan sus abonos, todos lloran paseo de los Melancólicos abajo. Muchos sospechan que está en curso la tragedia largamente anunciada. La liquidación del club. La desaparición. La estocada final ya está preparada y no podría ser más simbólica ni cruel: Agüero jugando en el Madrid.
Muchos datos indican que asistimos al final de una historia maravillosa y pendular, hecha de épica y seda, de derrotas imposibles y victorias heroicas, cuajada de títulos y poesía: Silva, Ben Barek y Escudero; Mendoza, Peiró y Collar; Adelardo, Luis y Gárate; Pereira, Leivinha y Rubén Cano; Schuster, Manolo y Futre; Molina, Pantic, Simeone y Kiko.
Más de 23 años de gilismo han convertido al que fue tercer equipo de España en uno de medio pelo
El clima entre los colchoneros oscila entre la desolación y la paranoia. Los hay que achacan la marcha del Kun a un pacto oculto entre Florentino Pérez y Miguel Ángel Gil y otros prefieren llamar "rata" y "mercenario" a uno de los mejores delanteros de la historia del club sin darse cuenta de que lo único sensato que puede hacer es irse. Como ha dicho y le pasó a Fernando Torres, no le queda otro remedio para seguir creciendo. Este Atleti es una ruina y no puede competir (de hecho, no lo hace desde 1996) con el Madrid y el Barcelona.
Más de 23 años de gilismo han convertido al que fue tercer (y segundo y primero) equipo de España, a aquel indómito campeón intercontinental, a aquella romántica y brava pandilla que incendiaba el Camp Nou y levantaba títulos en el Bernabéu, en uno de medio pelo. Antes temidos, hoy afrontamos a los dos grandes con una reverencia que raya en la colitis. Son ya 11 años sin ganar un clásico y el panorama que viene es un drama. De Gea se irá al United; Forlán, a Abu Dabi o Japón; si puede, Reyes también se irá; Kiko y Toni se han negado a volver adonde ganaron el doblete y Luis Enrique ha preferido la locura romana al manicomio del Manzanares.
Gil hijo y Enrique Cerezo han respondido a esas humillaciones fichando por segunda vez a Gregorio Manzano. Quizá, para ilusionar a las masas con el enésimo proyecto Intertoto. El nuevo director técnico ha decidido traer a su vecino de urbanización en Valladolid, que, además, comparte agente con él. Toca rememorar aquella temporada con Musampa y Novo como extremos y un tal De los Santos como cerebro. Pone los pelos de punta.
Nada nuevo bajo el sol. El Atlético actual es la lógica conclusión de un proceso de descomposición e inepcia que ha mezclado mediocridad y una gestión económica dolosa, visible en centenares de fichajes tan patéticos como suculentos en comisiones (la lista entera da frío: pongamos solo al Pato Sosa, que se cayó mientras tocaba la bola en su presentación). La ausencia de una filosofía y un proyecto deportivo serio ha sido tan palmaria que se ha perdido hasta la esencia. El Atleti ya ni siquiera es antimadridista. Pierde con el vecino como un manso corderito. La triste realidad es que nos respetan tanto como al Getafe.
Viendo a Del Moral en la selección, ojalá fuéramos el Getafe. Ahora mismo parece difícil caer más bajo y el club parece dirigido por su peor enemigo. Tras ganar la Supercopa europea, tocaba invertir en dos o tres fichajes de calidad que consolidaran al equipo y dar tiempo al entrenador que sacó del psiquiatra a la plantilla. Gil y Cerezo optaron por desmantelar la tienda. Vendieron a Jurado, que no será Messi, pero ayudaba; dos meses después se deshicieron de Simão. A cambio, Elías y Juanfran.
¿Podía esperarse otra cosa? Cuando llegó Jesús Gil, parte de la afición vislumbró el futuro y dijo: "No dejará ni el solar". Y, literalmente, eso es lo que hicieron el alcalde de Marbella y sus herederos. Vendieron los aparcamientos, cambiaron el alma sobria de Calderón por un espectáculo soez y vociferante (pasó a mudo con la muerte del faraón), ficharon a 50 entrenadores y bajaron al equipo a Segunda.
Todo muy razonable si pensamos que Gil y Cerezo, los casi únicos accionistas, fueron condenados por la Audiencia Nacional por apropiación indebida del Atlético cuando los clubes (no todos) se tornaron sociedades anónimas deportivas. Ahora, tras vender el estadio al Ayuntamiento para irse a La Peineta, afirman que el club "no ganará un euro" con la operación. Caso único en el mundo. Mientras tanto, la deuda roza los 200 millones de euros (más de 700 según una polémica auditoría externa). Y la chapuza sigue. Gil dice que jamás venderá al Kun al Madrid, pero toda Europa lo da por hecho. Cuando ingresen los 45 millones de euros, tratarán de camuflar el desastre fichando seis o siete medianías a precios de cracks con sus dos o tres agentes de confianza. Así, el madridismo podrá pasar otra década ganando en los derbis los seis puntos más plácidos del año.
La desaparición metafísica (pronto será física) del Atlético es, en todo caso, una noticia pésima. Todos sabemos que los derechos de televisión no tienen corazón y que el bipolarismo enardecido es lo que vende hoy. Pero alguien debería hacer algo para salvar al club y a su abnegada masa social de unos dirigentes que han convertido una joya en un fantoche. Si no se preserva la biosfera atlética, si muere el sentimiento atlético, será como dejar extinguirse una especie o una lengua. La condena al empobrecimiento cultural que destila la bicefalia Madrid-Barça sería eterna; el pluralismo, una quimera.
En cuanto al poderoso vecino, podrá llevarse al Kun, Caja Madrid mediante, pero que lo sepa: negocio pésimo para ambos, cuya única consecuencia será alimentar la ojeriza contra el tándem Pérez-Mou. Pese a todo, miles de niños seguirán llevando la rojiblanca al colegio y el castizo Aleti seguirá desatando pasiones. Incluso en Tercera. Ellos nunca sentirán ese escalofrío que empuja al gentío a cantar el himno durante media hora tras perder un título. Eso es un patrimonio de la humanidad colchonera. Mientras todo esto sucede y Cerezo elogia a Manzano, la llamada mejor afición del mundo, una vez más, sufre y otorga, indignada pero sin armas, olvidada por los medios. Resignada (¿o quizá no?) a seguir tragando con eso que los Sex Pistols definieron como "el gran timo del rock and roll".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.