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Columna
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El mus vasco

Antonio Elorza

Los espectaculares resultados de Bildu en las últimas elecciones vascas abrían un fascinante escenario de juego de mus, en una nueva modalidad de parejas intercambiables. De un lado, la pareja constitucionalista, golpeada con dureza por el hundimiento del PSE, y de otro la pareja nacionalista, sorprendentemente desequilibrada a favor del jugador recién incorporado, tras un periodo en que estuvo suspendido por matón, en el sentido más literal del término. La mayor debilidad de socialistas y populares tenía como compensación posible el reconocimiento por parte del PNV de que se le venía encima un peligro de desplazamiento masivo en sus centros de poder tradicionales, ahora conquistados o amenazados por los herederos de Batasuna. Y no se trataba solo de reparto de cargos, sino de la sustitución de formas de gestión modernizadoras por un populismo que tiende a ganarse adeptos oponiéndose a infraestructuras calificadas de capitalistas, y sobre todo a los proyectos que como el TAV emiten el tufo infernal del enlace con España.

Ahora no ha ganado ETA como organización, pero sí su estrategia y su simbología

Por mucho que el antecedente del Gobierno vasco actual inspirase en el PNV un deseo de venganza, cabía recordar que esos remilgos no funcionaron cuando se trató en 2007 de relegar al PP en Álava y en Vitoria, y que los intereses de la mayoría no son los de la minoría más votada.

La aparente desventaja de Bildu fue conjurada rápidamente mediante un hábil descarte dirigido a aferrar a su pareja: la entrega sin aparentes compensaciones de Álava en nombre de la solidaridad nacional. De inmediato, desde Guipúzcoa, Joseba Egibar encontró ocasión para mostrar que sigue pensando en que si ETA era el adversario, España era el enemigo. Su alma frentista le inspiró el órdago con el cual el juego de las posibles alianzas regionales saltó por los aires, y en el aire está si Jaungoikua no lo remedia.

Las concesiones del PSE en Donostia solo sirvieron para una doble humillación y el fantasma de una Euskadi totalmente abertzale cobró cuerpo. Bildu hará al PNV las concesiones necesarias en políticas públicas. Son los únicos que tienen un norte fijo, los depositarios auténticos de la herencia de Sabino: tomar posición tras posición para ir a la independencia, ahora con ETA hibernada en la retaguardia. Nadie espere ya de ellos una concesión más, en línea con la circular de Batasuna en enero. Las fiestas de los pueblos este verano, con su clamor por la independencia y el "Presoak kalera" generalizado, serán la prueba.

Por si fuera poco, la pareja constitucionalista tiene en el PSE dos agentes de perturbación. Uno de ellos menor en sí mismo, pero importante por su influencia sobre el segundo, Jesús Eguiguren, un hombre que se acuerda de su miedo y no cita a los muertos, y que disfruta con Josu Ternera evocando que un vasco hizo guillotinar a Luis XVI. El otro, Zapatero, imperturbable en su obsesión por jugar a corto plazo, aquí y ahora por comprar como sea los votos del PNV en otoño aunque eso acabe de destrozar a los socialistas vascos, a quienes ya erosionó gravemente con el pasado pacto con Urkullu y al aceptar su presión para que el Constitucional legalizara a Bildu (Urkullu dixit). El PNV puede aliarse con Bildu y su madre, en sentido estricto, que solo importan los Presupuestos, y nada el futuro político vasco. Ahora sugiere que Bildu puede favorecer el fin de ETA: entonces, ¿por qué puso en marcha las ilegalizaciones? La situación de Patxi López, como la de los socialistas vascos, resulta patética. ZP es como el amigo del jugador que mediante señas hace ganar al adversario sentado enfrente.

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Todo fue bien con la pasada doble presión, política y policial. Ahora no ha ganado ETA como organización, pero sí su estrategia y su simbología. Nada tienen que reprocharse, las únicas víctimas son sus mártires, el país es suyo como debió siempre ser, y toca preparar el futuro. Raro triunfo de la democracia basado en la injusticia.

De la mano de Bildu, la revolución vasca será política y populista. Aunque existen otras mutaciones más serias en el plano económico. Así la boliviana que nos describió con precisión de matemático (lo es) y de maoísta ilustrado el vicepresidente Álvaro García Linera, revolucionario auténtico, en un acto en la UCM, último del rector saliente, con aromas añejos de socialismo real: la chica con el cartel de Sol como regalo, el estudiante introductor. Pero donde pudo entenderse el verdadero problema nacional de las comunidades indígenas sometidas a un atraso secular, exigiendo emancipación y escapar de la pobreza.

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