Lobas, locuras y dispersiones

La colombiana Shakira plantó cara en la noche del lunes a un exiguo aforo y a la amenaza de las nubes, que apenas dos horas antes descargaron sobre la ciudad de Valencia contradiciendo el título de su último disco, Sale el sol, para ofrecer a sus incondicionales un concierto estilísticamente disperso que evolucionó desde la tradición latina hasta los límites del rock duro, con dosis de música disco, reggaetón y hasta folk. Eso sí, todo ello aderezado con las dosis de sensualidad que caracterizan sus recitales. Pero si hay que ceñirse a lo musical, para las superestrellas del firmamento mainstream pocos dichos hay más acertados que el de quien mucho abarca poco aprieta.

A Shakira no cabe exigirle una presentación exhaustiva de su nuevo álbum (poco necesaria, no es precisamente lo mejor de su discografía), ni que escatime hits, pero sí hubiera sido de agradecer que sacrificase algunas concesiones obvias en favor de esa contagiosa síncopa latina (con el reggaetón como mar de fondo) que, a tenor de lo bien acogida que fue la reproducción de Rabiosa -ya sin nadie en escena- a modo de despedida, hubiera dado más lustre a su concierto.

El recinto rozó la media entrada, con apenas 15.000 personas

No se olvidó de 'La tortura', 'Sale el sol' o 'Waka waka'

Ese incomprensible cierre, por cierto, no fue el único punto en común con el gatillazo que protagonizó Madonna (uno de sus indiscutibles faros) en Cheste hace casi tres años: el pastiche de ritmos aflamencados y sonoridades orientales de Gipsy y Ojos así recordó en más de un sentido aquel desmán con coartada multiculturalista de la Ambición rubia al emborronar La Isla Bonita.

Por lo demás, y con la puntualidad que otorga el no estar aguardando (como ocurrió el domingo en Barcelona) el innecesario capricho de seis futbolistas que juegan como los ángeles pero podían dedicar su asueto a otros menesteres, el concierto de la colombiana en Valencia careció de connotaciones extramusicales. Ni deportivas ni sentimentales. Difícil sería descifrar si, precisamente por eso, el recinto portuario apenas rozó la media entrada, con 15.000 personas. La colombiana, diva cercana que cifra su éxito más en su infatigable carácter industrioso que en su carisma, más bien exiguo, se apropió de un tramo del Unbelievable de EMF para endurecer casi hasta el hard rock de manual Whenever, wherever. Abordó también la sobadísima Nothing Else Matters (Metallica) en clave de folk orquestal. Y en su extenuante derroche físico, tampoco se olvidó de La tortura, Sale el sol, Las de la intuición o el previsible remate con Waka Waka. Lo mejor de la noche, con todo, el enlace entre la torrencial sensualidad latina de Loca y el disco kitsch (esas cuerdas a lo Philadelphia Sound) de Loba, los dos pepinazos indiscutibles con que remató la faena poco antes del bis.