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Columna
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No hay excusa

Tras los resultados del pasado domingo 22 una suerte de pesimismo general se ha instalado en la izquierda española y, con más razones incluso, en la valenciana. Nuestra oposición tiene cierta tendencia, la verdad es que un tanto irritante, a buscar todo tipo de razones y causas externas que explicarían las sucesivas derrotas electorales. Conviene por este motivo dejar claro que dentro de cuatro años no se avizora ninguna en el horizonte. Todos los factores estructurales, de hecho, ayudarán más que otra cosa. De manera que no estaría de más empezar a asumir con toda normalidad que el éxito o fracaso electoral en 2015 estará muy condicionado por los méritos y errores de unos y otros. Y ponerse, en consecuencia, a trabajar.

Da la sensación que a partir de 2012 ya no va a mandar el Partido Socialista en Madrid. Nuestros gobernantes perderán la posibilidad de recurrir a culpar a Rodríguez Zapatero de todo lo que ocurre. Pero los socialistas valencianos también se quedarán sin el escudo que han empleado estos últimos años (e incluso estos últimos días). Una hipotética derrota electoral ya no sería imputable a la gestión en el Gobierno central si quien manda es Rajoy.

La actual situación de estancamiento económico no tiene pinta de cambiar en unos meses. Nadie sabe muy bien cuánto tardaremos en volver a arrancar la máquina. Pero da la sensación de que, si el modelo al que vamos a volver es al del turismo más pendiente de la cantidad que la calidad y a un sector servicios muy dependiente de una hostelería del gusto de ese tipo de cliente, acompañado en la medida de lo posible de construcción y obra pública, una recuperación que de verdad logre reducir los altísimos niveles de desempleo y precariedad está llamada a hacerse esperar. Con una derecha muy comprometida con esta forma de concebir la economía valenciana es de presumir que la afloración de los defectos del modelo, así como la aparición de grietas cada vez más evidentes en la fachada, está llamada a permitir que la oposición vincule alguna de las desgracias económicas en curso a la gestión popular.

De hecho, en medio de unos resultados aparentemente excelentes del PPCV, las elecciones de 2011 ya apuntan síntomas de agotamiento. En la ciudad de Valencia, mascarón de proa de la gestión de estos años, el desgaste ha sido notable y ha permitido la irrupción, para muchos sorprendente, de una coalición como Compromís, de perfil moderno, nórdico y ecopacifista en una ciudad que estos años ha apostado por declinarse más bien como tradicional, napolitana y dedicada al turismo del ocio descontrolado. Conviene tomar nota.

Obviamente, el proyecto del Partido Popular es hegemónico y tratar de conseguir que la ciudadanía lo abandone y haga suyas visiones alternativas de ciudad y de país es difícil. ¡Si fuera fácil no llevarían dos décadas de éxitos electorales sucesivos, ampliando cada vez más su base de poder autonómico y local! Pero no es imposible. Requiere de trabajo, dar con la tecla, hacer política, lograr la construcción de una alternativa coherente de postulados progresistas y, por ello, diferenciada. Y también de una gestión inteligente de las diferentes sensibilidades por parte de los partidos y grupos de oposición a fin de lograr coherencia en la estrategia de cada uno de ellos.

Lo importante es asumir que esta vez más que nunca no hay excusa que valga para no intentarlo.

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