Ferrer baila con sus demonios
El alicantino rinde mejor en los grandes de cemento porque en París tiene más presión
El tenista que muerde furibundamente su toalla vive en un permanente baile con sus demonios. David Ferrer se enfrenta al francés Gael Monfils en la Suzanne Lenglen, donde tiemblan hasta los cimientos por los gritos del gentío, que convierte la pista en una oscura caverna de palmas y clamores mientras se va apagando la luz del día. Todo eso lo vive el número siete del mundo entre discusiones con su banquillo, quejas al viento y más gritos, porque tiene el espíritu incendiado. Hay un dato que ilustra las presiones que vive en París el alicantino, que vio cómo se suspendía su encuentro por falta de luz cuando estaba al borde del abismo (4-6, 6-2, 5-7 y 2-0).
Él, especialista en tierra, nunca pasó de cuartos. Sus mejores resultados en los grandes han llegado sobre el cemento del Abierto de Australia y del de Estados Unidos, donde alcanzó las semifinales. Sufre el mismo síndrome que Albert Costa: igual que el campeón de Roland Garros en 2002, llega a París y se estremece.
Él, especialista en tierra batida, nunca pasó de cuartos en Roland Garros
"Este es el torneo más especial para mí", reconoce el número siete
"París, es verdad, es el torneo más especial para mí", reflexiona el número siete, que a los 29 años vive una segunda juventud. "Aquí no tengo presión por el tenis, sino por no ganar, por no hacer un buen torneo", prosigue el español, que vive en la capital francesa rodeado de expectativas. "Intento trabajar. Ya no es, en cualquier caso, como cuando tenía 20 o 23 años, que tenía ansiedad, nerviosismo. Ahora, con 29, intento disfrutar. Lo anterior es una lástima. Mi motivación es pasar esa barrera de cuartos", cierra el español, que sabe que el vencedor de su encuentro tiene cita en cuartos para jugar con el suizo Roger Federer, el número tres del mundo, al que él nunca ha ganado y con el que ha disputado 11 partidos en su carrera.
Los demonios de Ferrer, esas presiones que ponen grilletes a su tenis, se desgranan grito a grito mientras Monfils golpea sartenazos que matan al rival o mueren fuera de la línea, sin debate ni discusión posible. Así arranca el diálogo con su banquillo, así se siente la presión de estar en París, intentando ganar el grande que mejor se adapta a su estilo.
-De derecha me mete, no estoy de acuerdo. ¿Cómo que tire fuerte? ¿Qué tirar? ¡Qué leches! ¡Ni puta idea! ¿Qué tirar?
-Con confianza... ¡Vamos!, le responden.
-¡Eso es lo que pasa si sigo tirando! ¡Con esos dos ojos lo vas a ver!, se queja tras perder un punto Ferru mientras vibra la grada entre olas mexicanas y un continuo agitar de banderas.
Lo que ven esos ojos es a Monfils, parisino, el número nueve del mundo, boqueante y sin pulmones tras ser empujado de lado a lado por la cadencia endemoniada de los golpes de Ferrer, un tenista de granito, que tiene pocos tiros ganadores pero resiste y resiste como nadie en cada peloteo.
"Y es que yo", reflexionó el español; "siempre espero hacerlo bien en París, pero aquí todos los partidos son diferentes. Puedes jugar muy bien un día, y al día siguiente tener menos suerte".
Igual que Ferrer, Costa nunca pasó de cuartos hasta el año que ganó el título. Igual que Ferrer, Costa nunca pudo soñar con completar una racha irrepetible como la de Federer, que lleva 28 antepenúltimas rondas seguidas en torneos grandes. E igual que Ferrer, quizás, puede, quién sabe, Costa llegó un año a París sin pensar ya en nada, sin que nadie le preguntara por el título, por sus opciones, libre de expectativas, sin ataduras que le maniataran... y levantó por sorpresa la corona.
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