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Crítica:TEATRO | CARTA BLANCA A LLUÏSA CUNILLÉ: LA PAJARERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una carta trucada

Como dramaturga residente del Teatre Lliure, Lluïsa Cunillé recibió el encargo, o mejor dicho el regalo, del director artístico del teatro en su última temporada, Àlex Rigola, de hacer lo que quisiera. De ahí el título del montaje, que hasta después de su estreno se ha mantenido deliberadamente envuelto en un jocoso secretismo, acorde con ese título y con la conocida empatía de la autora con los medios de comunicación. Ni rueda de prensa, ni programa de mano, ni ninguna otra pista que la que averiguamos justo antes de la primera función: dura una hora y poco. Desvelado el misterio de esa carta blanca tan bien guardada bajo la manga siempre oscura de la Cunillé, resulta que en realidad el montaje no es otro que el que estaba programado para la temporada pasada, La pajarera, un mosaico de variedades animadas de ayer, que no de hoy, pero sí de siempre, al menos para el tándem compuesto por ella y Xavier Albertí. Y es que Albertí ya estaba metido en el proyecto inicial y, aunque la cosa haya podido cambiar desde entonces y ahora conste solo como director musical del espectáculo, su mano se nota en la dirección del conjunto.

CARTA BLANCA A LLUÏSA CUNILLÉ: LA PAJARERA

Texto, dramaturgia y dirección: Lluïsa Cunillé. Intérpretes: María Hinojosa, Francesco Colleti, Adriana Alcalde, Natan Paruzel, Oriol Aymat. Dirección musical: Xavier Albertí. Espacio escénico: Enric Planas. Vestuario: María Araujo. Iluminación: David Bofarull. Teatre Lliure de Gràcia. Barcelona, 26 de mayo

Cuplés a cargo de la soprano, que se revela como una actriz con mucha gracia verbenera

El cuarteto de cuerda Psicalíptic acompaña a una soprano, María Hinojosa, en este recorrido por la historia de las variedades y del café concierto desde finales del siglo XIX y hasta los años treinta del XX elaborado a partir de materiales históricos del Paralelo barcelonés, según cuenta el programa de mano que la noche del estreno se repartió a la salida. Un universo, el del music-hall, en el que Cunillé y Albertí campan a sus anchas y al que ya nos tienen acostumbrados desde que empezaron a colaborar juntos hace unos años y en el que él ha destacado sin ella. Cuplés, anuncios radiofónicos, anécdotas, imitaciones, chistes y cuchufletas, a cargo de la soprano, que se revela como una actriz con mucha gracia verbenera -aunque no sé si a los señores que tenía más a su alcance les hizo tanta gracia que se metiera con ellos, cuando no encima-, conforman este simpático collage musical que, además, está perfectamente hilvanado, en la línea de sus colaboraciones anteriores; quizá por eso, a menudo parece hecho de material descartado de otros espectáculos, pues todo tiene un punto de ya visto y oído. Otro divertimento a dúo.

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