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Columna
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Virgencita

Algunas personas encuentran una rara satisfacción en contarte una y otra vez los mismos chistes y refranes. Puede que esta pasión paremiológica sea una muestra de que son incapaces de abordar la novedad, pero no lo creo. Porque lo bueno de estos chascarrillos es su valor general, que pueden aplicarse a cualquier situación ya que nacen de un profundo conocimiento de la naturaleza humana.

Uno de los más celebrados es el de aquel enfermo en silla de ruedas al que empujaban por una cuesta hacia Lourdes; mientras iba pidiéndole todo tipo de milagros a la virgen, la silla se le escapó al cuidador y el enfermo, que veía que se estrellaba, se puso a gritar: ¡Virgencita, que me quede como estoy! Algo de esto puede que esté pasando con el partido gobernante en la Comunidad Valenciana. Llevamos una semana glosando la magnitud del triunfo electoral de la derecha. Los moralistas señalan con razón que la pérdida de unos miles de votos parece un castigo insignificante para la desvergüenza democrática de una lista llena de imputados.

Hemos visto las celebraciones jubilosas, las caras como de parroquiano al que le ha tocado el Gordo, la apoteosis de la impunidad. Y sin embargo, no sé, advierto como un rictus de seriedad y de preocupación en los rostros de los protagonistas a poco que rebajen el autocontrol ante las cámaras. Hasta ahora había un enemigo que ni hecho a medida: engreído, frívolo, insensato, este Zapatero era un verdadero chollo. Pero desde que todas las regiones se han vuelto del PP, habrá que enfrentarse a la realidad: el PPCV ha pasado a ser un forúnculo en el organigrama de Génova (el otro es Cascos).

¿Cómo seguir argumentando con el rollo del agua ante Rudi o ante Cospedal, dos damas sin corruptelas reseñables que los tienen atravesados? ¿Qué eventos nos van a traer ahora que no podemos pagar ni la luz? Más pronto que tarde no sólo usarán el Palau para bodas, sino también para bautizos, comuniones y hasta para peleas de gallos. ¿Cómo seguir ocultando que la ruina absoluta de la Generalitat no es culpa del Gobierno central, que pronto será de los suyos, sino de su despilfarro y mala cabeza?

Por no colar ya no cuela ni el supuesto agravio de la lengua, ahora que a su partido le gustaría apuntalar la alcaldía de Barcelona en connivencia con... ¡los catalanistas! La penosa foto que se avecina, con el presidente sentado en el banquillo junto al Bigotes, necesita un culpable. A grandes males, grandes remedios. Hoy tal vez le rescindan el contrato a Zapatero y podríamos ficharlo por cuatro perras para que juegue en nuestra plaza de toros llena de público cautivo. Imagínense a miles de damas de la asociación del pesebre gritando enfebrecidas: ¡ZP, miserable, queremos un hijo tuyo! ¡Ah, las hieles del triunfo! Yo también soy de los que piensan que contra Zapatero vivíamos mejor.

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