Dos días después
En las generales, al PP no le quedará más remedio que presentar resultados en la Xunta
El nacionalismo y la izquierda pierden juntos más de 120.000 votos. La derecha gana casi 60.000. Los números siempre pueden retorcerse hasta hacerles confesar lo que haga falta, pero a estos deberíamos torturarlos. La derecha emerge nítidamente fortalecida en espacios urbanos e institucionales que se le resistían. El socialismo acaba noqueado, aguantando una parte exigua de las posiciones desde donde planeaba invernar, aguardando el advenimiento de aquel que ha de guiarles hacia la Xunta prometida. El nacionalismo sale desconcertado, preguntándose qué han hecho ellos para merecer esto. Son los grandes titulares para las contundentes directrices marcadas por el electorado. No hay matices... aunque "habelos, hainos"
Feijóo puede valorar -y haría bien- si la táctica de convertir a Zapatero en un muñeco de vudú no estará ya amortizada y va dejando de rendir lo suficiente para gobernar, ni siquiera para ganar. Era la segunda vez que nos demandaba un voto de castigo al Gobierno central y contra los bipartitos. Sin duda lo ha obtenido. Pero sus mejores victorias se han producido allí donde ni socialistas, ni nacionalistas, han sido capaces de programar una oferta renovada que venciese la sensación de final del ciclo político local. Se estanca donde ha sido el PP quien no ha sabido tunearse, o donde no ha funcionado pacíficamente su coalición con Baltar. La fórmula presenta síntomas de sobreexplotación. En las generales, pedir por tercera vez un castigo contra ZP será mucho pedir. Tampoco sobreviven muchos bipartitos para acusar de despilfarro. No va a quedar más remedio que explicar la gestión de la Xunta y presentar algún resultado. No digamos ya pensando en las gallegas. Salvo que contemple solicitar un correctivo contra Rajoy como eslogan de futuro.
El socialismo puede consolarse con la tesis del mal menor. Comparado con el resto, no ha sido un tsunami, más bien una galerna. En el manual del perdedor también viene alegar cómo la crisis abrasó a Zapatero y el presidente los quemó a ellos. Zapatero ya está fuera de la ecuación. Ahora queda rezar por la mejora de la economía, al menos la macro. Pero semejante explicación flojea. A no ser que aceptemos que Zapatero está más chamuscado en A Coruña que en Pontevedra, o que la recesión es peor en Santiago que en Ourense. Han caído sus alcaldes que más han intentado parecerse a los regidores del PP. Permanecen los alcaldes que han sabido gestionar la distancia con la derecha y las relaciones con el socio nacionalista. Cuando no se aprecia diferencia, la gente siempre vuelve al original. Las restauraciones populares serán solo cuestión de tiempo mientras los socialistas sigan convencidos de que su objetivo debe ser heredar sus mismas mayorías, o que los nacionalistas suponen un molesto compañero de viaje de quien conviene desembarazarse a la primera ocasión y por cualquier medio necesario.
El nacionalismo vuelve a plantarse ante el dilema que lleva años rehuyendo o posponiendo. Mantenerse como una fuerza relevante pero minoritaria, o intentar transitar las etapas que podrían convertirlo en un partido de vocación mayoritaria. Cuesta imaginar una coyuntura más favorable para las expectativas electorales del BNG. Todos los elementos y fuerzas de la naturaleza empujaban hacia arriba. La democracia feijoniana ha magreado con detalle exasperante todos y cada uno de los símbolos que activan tradicionalmente al electorado nacionalista. Desde el idioma, a la negación de la condición nacional, pasando por el retraso sine die para la reforma estatutaria. Zapatero ha virado hacia el tipo de políticas fieles a la ortodoxia económica liberal que más agitan las conciencias progresistas. Ambos han sido contestados por el BNG con contundencia, en la calle y en los parlamentos. El resultado ha sido perder dos de cada diez votantes. Haciendo exactamente el discurso que se recetó hace dos años para recuperarse de la derrota autonómica, el resultado ha sido otra derrota igual o mayor. Si el análisis vuelve a ser la necesidad de "clarificar" aún más el mensaje actual, seguirán juntos de la mano hacia la extinción. Si la lectura pasa por variar el rumbo e iniciar un particular viaje de Gulliver entre el país de los enanos y el país de los gigantes, la dirección nacionalista en ejercicio no da la impresión de saber el camino. Seguramente, ni siquiera tenga ganas de parecerse al curioso viajero imaginado por Jonathan Swift.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.