Miami y el tope salarial
No hay muchas verdades universales. A algunas personas les gusta Batman; a otras, Superman. Los estadounidenses comen vacas. Los indios les rinden culto. Hay una cosa en la que todos podemos estar de acuerdo: los Heat de Miami son malvados. Con la Decisión del pasado verano, LeBron James fichó por los Heat y transformó un equipo que provocaba poca o ninguna reacción en uno que gusta tanto como una cucaracha en un mantel de picnic. Parecería, entonces, que ninguna persona cuerda podría esperar que los Heat ganaran el título. Salvo que un campeonato de los Heat podría ser lo mejor que le ha sucedido a la NBA en décadas.
Estos playoffs, aunque han proporcionado el mejor baloncesto que se ha jugado en años, tienen otro propósito: distraen del hombre del saco al acecho que representa un posible cierre patronal. Como todos los conflictos laborales, hay dos bandos en liza. En el caso de la NBA, los propietarios desempeñan el papel de patrón mientras que los jugadores se ponen la máscara del empleado. Uno de los aspectos de la solución propuesta por los propietarios para el abismo que separa a los dos bandos es un tope salarial duro (tal como están las cosas hoy en día, todos los equipos trabajan con un tope salarial blando; si la nómina del equipo supera cierta cantidad -unos 58 millones de dólares este año- pagan un "impuesto de lujo").
Semejante tope sería una mala noticia para los jugadores, pero sería buena para los fans, especialmente para los fans de la igualdad competitiva. Como a un equipo le resultaría difícil comprar su pase a los playoffs, los equipos estarían muy igualados y los partidos serían más competitivos.
La mayor parte del conflicto entre los jugadores de la NBA y los propietarios se librará en las salas de vistas de los tribunales y en los vestíbulos de hoteles muy lujosos, pero otra parte significativa se disputará en el tribunal de la opinión pública. Si el público decide que los propietarios están siendo codiciosos, esos propietarios probablemente darán marcha atrás y reducirán sus exigencias. Lo mismo puede decirse de los jugadores. En la mayoría de los conflictos laborales, la gente se pone de parte del empleado. Y aquí es donde entran en escena los Heat.
Si Miami gana el título de 2011, en general, se dará por sentado que el equipo ha comprado el campeonato. Y esto a pesar del hecho de que la nómina de los Heat, de 65 millones de dólares, es en realidad más baja que la nómina de esa fuerza devastadora conocida como Golden State Warriors. Lo que importa es la impresión y la gente tiene la impresión de que los Heat son un gánster adinerado que lleva gafas de sol en el interior y al que le gusta presumir de su abundante pelo en el pecho.
Por eso, aunque un tope duro probablemente no habría cambiado mucho las cosas para los Heat (el equipo solo seguiría teniendo dinero para tres superestrellas y para 17.024 jugadores secundarios), la opinión pública en general, convencida de la ruindad de los Heat, pensará que los cambios como un tope salarial duro, las restricciones de los movimientos de los agentes libres y los contratos garantizados limitados son sugerencias razonables.
Los gritos de los jugadores de que tales propuestas están basadas en unas cuentas confusas y en unos métodos de contabilidad cuestionables (puede que sea verdad) se pasarán por alto y los propietarios vencerán. A la larga, los mismísimos aficionados que normalmente habrían tomado partido por los jugadores saldrán beneficiados, aunque por razones que jamás se imaginaron.
Todo gracias a los Heat, la causa y la solución de todos los problemas de la NBA.
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