Llanto sin consuelo en Riazor
El Deportivo, atenazado e incapaz de marcar al Valencia, baja a Segunda tras 20 años en la élite
La etapa más gloriosa de la historia del Deportivo escribió anoche un punto y aparte con un doloroso descenso a Segunda. El equipo que desde una esquina desafió y en ocasiones venció a los grandes del fútbol español y que puso A Coruña y Galicia en el mapa futbolístico mundial regresa a Segunda justo cuando el próximo mes se van a cumplir 20 años de su último ascenso. Se marcha entre los suyos tras apagarse frente al Valencia en un esfuerzo tan descomunal como inocuo, prisionero de su falta de puntería y de una serie de resultados inesperados en las últimas jornadas, los que propician que por primera vez un equipo pierda la categoría tras sumar 43 puntos.
El Deportivo saltó al campo como paralizado, a la espera, sin sentir la necesidad de tener la pelota. Se la dio al Valencia, que pronto mostró que se iba a manejar con los nervios del rival, con la paciencia que da tenerlo todo hecho. Nada que no fuera previsible. Lo imprevisible fue que marcó Aduriz en un churro, un centro que le salió mordido a Joaquín y que el delantero empaló con la espinilla. Fue como si pasara un ángel. Riazor enmudeció y ni siquiera Aduriz se atrevió a festejar el tanto visitante de manera efusiva.
DEPORTIVO 0 - VALENCIA 2
Deportivo: Aranzubia; Laure, Lopo, Colotto, Manuel Pablo; Juan Rodríguez, Rubén Pérez, Guardado (Lassad, m. 80); Valerón; Adrián y Riki (Xisco, m. 66). No utilizados: Manu; Seoane, Rochela, Juan Domínguez y Pablo Álvarez.
Valencia: César; Bruno, Navarro, Topal, Dealbert, Jordi Alba; Joaquín, Albelda, Banega, Mata (Jonas, m. 71); y Aduriz (Soldado, m. 81). No utilizados: Moyà; Stankevicius, Maduro, Mathieu y Tino Costa.
Goles: 0-1. M. 4. Aduriz. 0-2. M. 95. Soldado, de disparo raso en un contraataque.
Árbitro: Muñiz Fernández. Amonestó a Rubén Pérez y César.
Unos 35.000 espectadores en el estadio de Riazor.
Como ante el Athletic, en su anterior comparecencia en Riazor, el Deportivo se aprestó de nuevo a remar contra la marea. Fue un déjà vu, otro más. El primero lo había marcado el calendario, que, caprichoso, volvió a emparejar a ambos equipos en una decisiva última jornada liguera en el mismo escenario en el que se vivió el drama de Djukic y el penalti fallado que frustró la Liga deportivista de 1994, hace ahora 17 años. El segundo ejerció en el equipo de Lotina similar efecto al de semana y media atrás: el equipo se agrupó en torno a Valerón, rescató el balón y se preparó para el asalto. Pero le faltó todo el gol del mundo. Media temporada se ha pasado el deportivismo suspirando por Riki, por sus lesiones y sus ausencias, por la necesidad de tener un delantero fuerte que de vez en cuando olfateará la portería. Y ahora, en el momento más decisivo, cuando encuentra la continuidad y la confianza del entrenador, comparece con la mirilla desviada. Él monopolizó las opciones antes del descanso, y no fueron pocas. Hasta cinco veces tuvo el empate antes del descanso, de todos los colores, por aire y tierra, por fuerza o habilidad. Unas las erró y en otras encontró al meta César.
Fue un tiempo en el que el goteo de noticias que llegaba de otros lares, y en concreto la derrota del Mallorca ante el Atlético, indicaban que un empate podía bastarle al Deportivo, entregado, pero sin acierto, con carencias, pero más equipo de lo que mostró durante largos pasajes de la temporada, con la lucidez de tener por fin sobre el césped a un mediapunta clarividente y dos jugadores por delante de él. Cuando por fin Lotina había encontrado el dibujo, y las lesiones empezaban a respetar al plantel, el Deportivo estaba en un jardín. En el suyo propio, entre el aliento y la congoja. Con prisas y sin acierto, con Valerón cada vez más agotado, Riki desmoralizado y Lopo acalambrado. Fue entonces, en pleno flato, cuando empezó a tomar decisiones Lotina. Siempre un pelo tarde, como corresponde a un hombre que suele hacer de la duda un hábito.
El técnico buscó en Xisco la pegada que le había hecho penar. El punta cedido por el Newcastle, potente, generoso, entró en el campo cuando el equipo se descosía y el Mallorca le marcaba por dos veces al Atlético. Al final, en un partido en el que el Deportivo tuvo ocasiones para golear, hubiera bastado el empate, pero no apareció el héroe que evitara el llanto en Riazor y sí Soldado para sentenciar con el pitido final. Drama eterno para el Deportivo, de vuelta a Segunda, condenado no ya por el Valencia, sino por sus propios fallos. En medio del llanto de los jugadores y de los miles de aficionados, Riazor enmudeció.
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