El celador de Olot actuó con impunidad gracias a las irregularidades de la residencia
Compañeros del acusado admiten que el acceso a los fármacos era libre
La ausencia de protocolos y las irregularidades en el comportamiento del personal facilitaron la actuación de Joan Vila, el celador que acabó con la vida de 11 ancianos en la residencia La Caritat de Olot (Garrotxa). Durante dos años, el celador actuó con total impunidad, amparado en la ausencia de personal médico durante fines de semana y festivos y en un halo de respetabilidad que sus compañeros le habían conferido porque era diligente y tenía el título de auxiliar clínico. Además, una enfermera del centro ha declarado ante el juez que, al menos en una ocasión, la doctora certificó la muerte de una anciana "sin haber visto el cadáver", según consta en las declaraciones hechas esta semana por compañeros de Vila ante el juez.
Una exempleada detalla como la doctora certificó el fallecimiento de Montserrat Canalies un día después de que se produjera y sin ver el cuerpo, que ya había sido trasladado. La médica, según los empleados de La Caritat, trabajaba solo dos horas los lunes por la tarde y los martes y los jueves por la mañana. Si la situación de un anciano se agravaba, las enfermeras podían llamarla al móvil, pero "a partir de las doce de la noche no se le llamaba nunca, aunque pasase algo muy grave".
En esos casos, según otra empleada, las enfermeras decidían si había que llamar a una ambulancia y qué tratamiento suministrar al anciano. La doctora "era reacia" a acudir a la residencia.
Las noches de los fines de semana, si no había ninguna enfermera, los auxiliares tenían que consultar las decisiones sobre los casos graves por teléfono con ellas. Sin embargo, muchas veces el que decidía era Joan Vila, al que los trabajadores tenían plena confianza, como han declarado en el juicio, y solo se avisaba a la enfermera después de que el celador actuara. "No había protocolo" para responder en caso de situación crítica, manifestó la trabajadora.
Joan Vila, que ha declarado que asesinó a seis ancianos con un cóctel de psicofármacos y a otros dos con una sobredosis de insulina, tenía acceso libre al cuarto de medicinas, al igual que el resto de trabajadores. La habitación estaba casi siempre abierta, a pesar de que en dos inspecciones se había instado a los responsables del centro a cerrarla. Cuando alguien cerraba con llave, la dejaban detrás de una radio en una estantería, y todos conocían su ubicación, según los diferentes testimonios.
A varias de las trabajadoras les sorprendió la súbita muerte de algunos ancianos que no se encontraban en situación crítica, y también el hecho de que muchos murieran durante el turno de Joan Vila, en fin de semana. Sin embargo, la confianza que tenían en el celador impidió que la sorpresa se materializase en algo más que un comentario esporádico.
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