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Tribuna:Elecciones municipales
Tribuna
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Moral y política

Cuando, a comienzos de su segundo cuatrienio en el poder, un José María Aznar envalentonado por la mayoría absoluta decidió lanzarse a la ofensiva total contra el nacionalismo vasco, esa acometida se bifurcó en dos frentes simultáneos: por un lado, reformas legales y sentencias judiciales sentaron la doctrina del llamado "complejo ETA-Batasuna": desde la banda terrorista hasta las múltiples expresiones organizativas (políticas, sociales, culturales, mediáticas) de la izquierda abertzale, todo eso constituía un continuum delictivo que había de ser perseguido, ilegalizado, clausurado; por otra parte, y en virtud de la teoría de los círculos concéntricos, o "del árbol y las nueces", el nacionalismo democrático (el PNV, Eusko Alkartasuna, incluso Ezquer Batua...) era cómplice y beneficiario de aquel entramado radical, por lo que debía ser desalojado del Gobierno de Vitoria y de todas las demás instituciones vascas donde ello fuera posible.

¿Por qué hablan de moral, cuando se refieren a la conquista o conservación de las poltronas?

El vector más poderoso y visible de aquella ofensiva era la superioridad moral. Si el Partido Popular, sus corifeos sociales e intelectuales (Foro Ermua, ¡Basta Ya!, etcétera) y, a remolque, una parte del PSOE querían enviar al nacionalismo vasco a la oposición, no era por un legítimo deseo de alternancia, ni por un natural antagonismo de ideologías y proyectos. No, la razón era moral: culpables de connivencia con el terror, los nacionalistas vascos eran los malos, y merecían caer vencidos ante los buenos nacionalistas españoles, defensores de la libertad y de los derechos humanos. De ahí florecieron una abundante literatura destinada a demostrar el indeleble legado racista y totalitario de Sabino Arana y aquel articulismo que asimilaba el País Vasco de Ibarretxe con la Alemania de Hitler. De ahí vino el repentino protagonismo otorgado a las víctimas: halagarlas se convirtió en el mayor distintivo de la nobleza de los buenos, frente al mezquino desdén con que las habían tratado los malos.

Naturalmente, todo era política en la más baja acepción del término, y descarnada lucha por el poder; todo, excepto la persecución policial y penal del terrorismo, se entiende. Y, si una década larga después se necesitaban aún pruebas de ello, la manifestación del pasado sábado en la madrileña plaza de la República Dominicana las aportó abundantes. Convocadas por la fracción más ultra y lunática de esas víctimas que se han erigido en lobby -el grupo Voces Contra el Terrorismo, de Francisco José Alcaraz-, 2.000 personas se reunieron para protestar contra la concurrencia electoral de Bildu. ¿Con qué símbolos, bajo qué consignas? ¿La paloma de la paz de Picasso, las Manos Blancas surgidas tras el asesinato de Tomás y Valiente? Pues no: con banderas de España por doquier, entre gritos y pancartas que advertían "Zapatero, España no se vende", que denunciaban "la traición a España", que conminaban "España, despierta, son tus muertos"..., mientras el patético Alcaraz acusaba desde la tarima al Gobierno "revanchista y guerracivilista" de revitalizar a una ETA de izquierdas cuya complicidad necesita para "destruir España".

O sea, España, España y más España, como si la idea o el sentimiento de España fuesen moralmente superiores a la idea o al sentimiento de Euskadi, o de Cataluña, o... No lo son, y los años de exclusión electoral de la izquierda abertzale -el 18% de los votos en el País Vasco, según el último sondeo de EL PAÍS- tampoco han sido un castigo, una penitencia moral, sino una burda maniobra jurídico-política sin la cual no habría podido darse en Vitoria una mayoría parlamentaria españolista, ni ejercería desde hace dos años un lehendakari llamado Patxi López, sostenido por un firme pacto de legislatura con el Partido Popular. Sí, con ese mismo PP del que los socialistas catalanes abominan tanto estos últimos días, al que sugieren aislar detrás de un cordón sanitario, al que tachan poco menos que de fascista... ¡Como se entere Antonio Basagoiti!

En síntesis: ¿por qué hablan de moral, cuando se refieren a la cruda conservación o la conquista de las poltronas?

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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