FMI, ¡ya lo sabíamos!
El Fondo Monetario Internacional ha vivido durante el fin de semana un episodio lleno de morbosidad y, al mismo tiempo, cargado de incógnitas, relacionado con la vida privada de su director general, el socialista francés Dominique Strauss-Kahn. No sé si se aclarará, ni en qué sentido lo hará. Lo que sí sé es que el pasado sábado en Bruselas, leyendo Le Monde (antes de conocerse su aventura) tuve claramente la impresión de que estaba en marcha una operación de desprestigio para impedir la candidatura de DSK contra Sarkozy. Veremos en qué acaba, si se trata de una trampa, una fabulación o una conducta condenable.
El director para Europa del FMI hizo el jueves pasado un gran elogio de las medidas de ajuste españolas, poniéndolas como ejemplo de un país que actúa en la dirección correcta en sus reformas y en su política de ajuste presupuestario, y asegurando que los mercados lo ven muy positivamente. Pero, a continuación, expresó su preocupación por que estos ajustes puedan prolongar la situación de crisis y poner freno al crecimiento, llegando a alertarnos de que la continuidad del elevado desempleo entre los jóvenes puede levantar en España el fantasma de una generación perdida. ¡Vaya descubrimiento! ¡Como si no lo supiéramos! ¡Como si no lo hubiéramos dicho!
No se puede exigir a un paciente obeso que pierda 30 kilos de golpe y después recriminarle por su estado de debilidad
El FMI y las autoridades europeas han hecho un gran favor a España al abrirle los ojos sobre la necesidad de corregir los excesos de los últimos 15 años, a base de emprender unas serias reformas y de conseguir un reequilibrio de las cuentas públicas. La reforma de las pensiones está casi hecha, la laboral está en trámite y la del sistema financiero, seguramente la más urgente para que la vuelta del crédito permita la reactivación, parece que se está abordando, tras dos años de disimulo.
La corrección del déficit público es absolutamente necesaria. Pero, para un país como España con una deuda pública de las menores de Europa, nada indica que fuera necesario exigir que se haga en dos ejercicios, tal como han impuesto dichas autoridades, al unísono con los mercados. La imposición de este ritmo seguramente ha tenido mucho que ver con algunos de los errores que se están cometiendo en el plan de ajuste, tanto en el Estado como en Cataluña, y tanto con relación a los gastos como a los ingresos.
Por la parte de los gastos, conseguir a corto ahorros importantes lleva a recortes indiscriminados, como los que tanto rechazo están generando en Cataluña, en lugar de políticas más inteligentes basadas en la supresión de gastos inútiles, en la reestructuración de servicios o en mejoras de eficiencia, acciones que podrían generar los mismos resultados, con mucho menos coste social. Ha llevado también a la paralización drástica de inversiones que se podían haber ralentizado pero no congelado. Recortes y paralizaciones han sido y seguirán siendo un obstáculo a la reactivación.
Por la parte de los ingresos, la búsqueda de soluciones rápidas ha llevado a aplicar aumentos inmediatos en algunos impuestos que penalizan el consumo o que gravan las rentas del trabajo, mientras se han seguido olvidando los que gravan los patrimonios y las rentas del capital. Además de aumentar la regresividad en la redistribución de rentas, esto añade dificultades a la salida de la crisis. El problema de la deuda pública española no es su volumen, sino la velocidad de su crecimiento. Hay que volver a una situación de equilibrio, pero es más importante avanzar metódicamente hacia él que conseguirlo en un año, poniendo en peligro el futuro.
Un médico puede curar a un paciente obeso, imponiéndole la necesidad de reducir su peso en 30 kilos, a base de 5 kilos al mes. Pero si le exige que rebaje los 30 en un mes, es probable que le cure pero le deje sin fuerzas para andar. Lo que no puede hacer es increpar luego al paciente por su estado de gran debilidad.
A los doctores FMI y Ecofin hay que agradecerles el diagnóstico, la ayuda y hasta la presión ejercida, pero hay que pedirles sensatez a la hora de fijar las dosis de los fármacos.
Joan Majó es ingeniero y exministro.
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