Por un puñado de monedas
La mendicidad infantil y la explotación sexual aún están presentes en las calles - ¿Qué proponen los políticos?
Cae la noche y los mendigos que acampan en el parque del Oeste cuentan lo que han recaudado durante el día. Los niños harapientos entregan el jornal en vasitos de plástico. Los hombres, a continuación, forman un corrillo y uno de ellos saca una baraja de cartas: la timba está a punto de empezar.
La explotación infantil -en la que se incluye la mendicidad, la obligación de los niños a robar en terrazas o cajeros o el timo de pedir donativos para organizaciones de sordomudos inexistentes-, se ha extendido en los últimos años por la ciudad de Madrid. Esta primavera los niños han desaparecido del centro histórico por el acoso que estaban sufriendo los explotadores, lo que ha dado la sensación de que el problema había desaparecido de las zonas más turísticas de la capital. La realidad, sin embargo, es que las mafias que controlan a los menores han optado por trasladarse a otros puntos de la ciudad como la calle de Serrano o el parque de El Retiro, e incluso zonas menos céntricas como Quintana. El fenómeno se ha reducido en los últimos años, según coinciden ONG que trabajan con menores, las Administraciones y la oposición. Pero aún es posible verlos tanto fuera como en los vagones del metro, donde hay niños que reparten cuartillas en horario escolar para pedir dinero para la familia. "Soy un niño pobre. Tengo un hermano pequeño. Por favor, una pequeña ayuda para poder darla de comer. Perdon las molestias (sic)", decía el cartel que repartía un menor en la línea 5 (la verde) el pasado miércoles. En las mismas calles, decenas de mujeres están siendo explotadas sexualmente sin su consentimiento. Son las víctimas de personas que explotan a personas.Los padres o familiares de los niños los dejan en el centro a primera hora del día y los recogen 8 o 10 horas después, como si de una jornada laboral se tratase. Estos clanes familiares viven habitualmente en poblados chabolistas del extrarradio pero la ciudad es su lugar de trabajo. El dinero que mueven no es ninguna tontería. La policía no se atreve a dar cifras concretas de lo que recaudan, pero lo ven como un negocio muy lucrativo. De repente, los adultos, tal y como cuenta un miembro de una asociación que lucha por la integración social de estos niños, mueven cantidades importantes de dinero en efectivo y compran coches de gran cilindrada.
"Son mafias organizadas, adultos que utilizan a los niños y conocen al dedillo las leyes", señala el Coordinador General de los Agentes Tutores de la Policía Municipal de Madrid, José Manuel González, que trabaja con 200 efectivos a su cargo. Su labor, que ejecutan vestidos de paisano, consiste en localizar a estos menores. Son quienes los trasladan a centros de acogida y presentan sus casos ante el Fiscal de Menores. A los adultos los detienen, pero no suelen ir juntos. La presión que han ejercido los agentes en el casco histórico de la capital ha trasladado a estas mafias a zonas algo más alejadas de la Puerta del Sol, como el distrito de Salamanca. En uno de estos puntos, el menor Samil espera unas limosnas.
El chico está sentado en una esquina de la calle de Alcalá, frente a la plaza de la Independencia. El vaso de plástico que sostiene en una mano apenas tiene un par de monedas de cinco céntimos. Son las 12.37 del viernes. Llegó hace un par de horas a bordo de una furgoneta de la que bajó un puñado de niños. También un adulto, un hombre que deja a un lado sus muletas para sentarse a la sombra en una calle cercana. Desde ahí controla el quehacer de los chiquillos. A veces se cruza con ellos y les da instrucciones. Otras los ignora, como si no los conociese.
Pasa media hora, pocos se agachan a darle a Samil una moneda y, harto, se levanta y se encamina hacia el parque de El Retiro. Debe tener unos 13 o 14 años. El documento de identidad falso que lleva en un bolsillo de la chaqueta ni siquiera pone su edad. Se trata de un tarjetón burdo con una bandera de Rumania y un par de detalles básicos como el nombre de sus padres y una dirección. "Es frecuente que den documentos falsos o que cambien de nombre de una identificación a la siguiente. Eso retrasa nuestro trabajo", explica el policía, cuyo grupo ha abierto unos 70 expedientes relacionados con la mendicidad infantil solo en 2011.
El niño mendigo, que se tapa la cabeza con un gorro de lana, cruza la verja del parque, deja atrás a las mujeres que ofrecen romero, y se mezcla con masajistas chinos, caricaturistas, un hombre que hace pompas de jabón gigantes. Se acerca a las terrazas del parque, siempre con la mirada puesta en lo que hay encima de las mesas. El problema es que le conocen: durante su caminata varios camareros le fuerzan a que se marche. "Él y otros amigos suyos vienen a diario desde hace un año. Se llevan el dinero de las mesas o arramblan con todo lo que pillan. Hacen daño al turismo", cuenta el encargado de un restaurante, que pide no dar su nombre para no perjudicar a su negocio. El mismo testimonio lo ofrecen trabajadores de terrazas de la calle de la Montera, la plaza Mayor y plaza de Santa Ana. Los niños, durante un tiempo, entraban en tromba en tiendas para crear confusión entre los dependientes y robar cuanto pudiesen.
"¡Ojo con los niños descuideros!". Este mensaje se lee en ocasiones en las fachadas de cajas y bancos, junto al de intereses bajos o vajillas gratis con la domiciliación de la nómina. Los niños aprovechaban que un cliente sacaba dinero para distraerle y robarle la cantidad que sacara. Este periódico contó en su día la historia de Nadia, una niña que acababa de cumplir 14 años. Había sido detenida 120 veces, la mayoría por robos de clientes sacando dinero del cajero, y había ingresado 50 veces en un centro de acogida del que siempre se escapaba. Se le bautizó como la reina de los niños rateros. Y representa los agujeros de la red de protección de menores.
Samil es uno de los niños desamparados y explotados que siguen actuando bajo el yugo de redes mafiosas. Lo que recaude y robe irá a parar a una caja común que controlan los mayores. Es su forma de vida. A punto de abandonar el parque, el chico se cruza con una pareja de policías locales que piden la documentación a una adolescente. Es una de las que a diario recorren la ciudad, por sus calles y bajo tierra en los vagones del metro, con una carpeta y un bolígrafo. Piden un donativo para una organización de sordomudos que no existe. Los papeles llevan impreso un membrete falsificado.
En las mismas calles por las que estos niños vagan a diario, hay mujeres explotadas, obligadas a prostituirse. A la vista de todos. No existen datos regionales sobre esta forma de esclavitud, pero una operación policial de 2010 da una idea de la magnitud del problema. La policía detuvo a 105 proxenetas que controlaban a 350 mujeres y con las que obtenían unos beneficios que superaban los 700.000 euros mensuales. Las mujeres trabajaban las 24 horas en pisos con una gran vigilancia, especialmente por parte de unas madames. Todo el dinero recaudado se guardaba en una caja fuerte a la que solo los jefes tenían acceso.
Ese mismo año, en Alcalá de Henares, se libró una auténtica batalla entre dos mafias por el control de la prostitución callejera. Las redes llegaron a intercambiarse el control de las meretrices para intentar llegar a acuerdos y protagonizaron graves ajustes de cuentas. Los policías que trabajaron en esa operación descubrieron que la explotación de las mujeres, a las que amenazaban y pegaban, se producía mediante vigilancias en las calles de esa ciudad.
¿Cómo llegan hasta aquí mujeres explotadas que provienen de distintos puntos del planeta? María (nombre ficticio) está a punto de contar su odisea cuando se sienta y apoya los brazos en una mesa. Dejó su familia y una bonita casita en un entorno amazónico para acabar siendo explotada en un sórdido night club de carretera. Allí atrapada tuvo los peores augurios: "Pensaba que podían asesinarme, echar mi cuerpo en la basura y que mi madre nunca más supiese de mí. No conocía a nadie en España y nadie me conocía a mí. Sentí la verdadera soledad". Ella trabajaba antes como secretaria de un abogado en Rondonia, una ciudad del estado brasileño de Mato Grosso. Ganaba, al cambio, unos 300 euros al mes, lo que le impedía cumplir su verdadero sueño: abrir una tienda de ropa confeccionada por ella misma.
La mujer se acuerda de la primera vez que una amiga que trabajaba en España y que había vuelto a su país por vacaciones, le contó que podía buscarle un trabajo donde ganar unos 1.200 euros cada mes. "De interna en una casa o cuidando a personas mayores", dice María. La amiga le facilitó un billete de avión y le preparó todo para que pudiese trabajar en el país. Durante el vuelo, le contó a María que los policías españoles eran corruptos y que lo más inteligente era mantenerse alejados de ellos.
Hacía mucho frío cuando aterrizó en Madrid en pleno invierno y de golpe sintió también un profundo cansancio. Unas 40 horas antes había salido de casa y deseaba poder descansar en una cama. En el aeropuerto les recogió la pareja de su amiga, que las condujo a unos cincuenta kilómetros a las afueras. El paisaje hasta entonces desconocido desfilaba por la ventanilla del asiento de atrás. Al final del camino, unas luces centelleantes. El coche aparcó en la parte trasera y accedieron al local por la puerta de la cocinilla. Le explicaron las condiciones: debía ganar dinero para pagar la habitación donde iba a vivir a partir de ahora, en el propio club, y devolver el dinero del vuelo y la tramitación de los papeles. "Me pegaron durante una semana y me lo dejaron claro: si quieres vivir tranquila, tienes que subir hombres a tu habitación. Sentí una profunda vergüenza por tener que estar con hombres a la fuerza". El resto de chicas salía al exterior para ir a la peluquería, comprar medias, hacerse la manicura. Finalmente, acató el deseo de sus captores. Meses después, sin embargo, se escapó en un descuido del guardián de la puerta y denunció su caso. La amiga y uno de sus proxenetas cumplen condena. María encontró mucha ayuda en la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (APRAM), con sede en el centro de Madrid.
María reflexiona sobre la prostitución que está a la vista de todo el mundo:
-¿Pasea usted alguna vez por la calle de Montera? Yo sí. Puede parecer que son chicas que están ahí porque quieren, por dinero. Y también puede ser eso. Pero igualmente es una esclavitud muy sutil, que ahoga las posibilidades de la mujer y sirve de negocio para un proxeneta. Si te fijas, en esa calle los verás sentados en las terrazas o en las salas de juegos y apuestas. Solo hay que fijarse bien.
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