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Columna
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Donde digo liberalismo hago intervencionismo

Xavier Vidal-Folch

Habrá que vigilar a las cajas. No solo sus cuentas. Su proceso de bancarización. Habrá que impedir que al final vuelvan a protagonizar otro episodio de privatización de beneficios y/ o nacionalización de pérdidas, ese clásico. Las cajas frágiles se mueven entre dos infiernos: quedarse compuestas y sin novio, porque nadie quiera comprarlas (a un precio decente) o convertirse en una merienda de negros, entregadas baratitas a los amigos de turno en una nueva desamortización. Hay dos cuestiones clave. Una es el precio a la que se vendan trozos de su capital, de su banco "bueno". Se entiende que en épocas de crisis, de retraimiento de capitalistas y tras tanto haber visto marear su fama, se practique algún descuento: una entidad de las sólidas, La Caixa, prevé una rebaja ya muy holgada, del 20% sobre su valor en libros. Pero ¿más? Algunos, digamos que expertos, aventuran descuentos de hasta el 65%, rebaja de aurora boreal, pues se supone que se tratará de bancos saneados y desgajados de la escoria. La otra cuestión es precisamente la de sus bancos "malos", donde aparquen los activos poco valiosos, fallidos, dudosos, subestándar, basura. ¡Que no acaben quedando enganchados a la manguera pública! Por suerte el Banco de España se negó hace ya tiempo a ese modelo irlandés de socialización de pérdidas que algunos reclamaban. Habrá que mantener el asunto bajo observación.

Aguirre sigue conspirando en Caja Madrid, que no releva a gestores del desastre como Olivas

El último movimiento que requiere lupa es el de la Comunidad de Madrid respecto a Caja Madrid. El equipo de Esperanza Aguirre prepara el desembarco del Canal de Isabel II -la saneada compañía pública gestora del agua capitalina- en el accionariado de Bankia, el futuro banco "bueno" de esa caja y de la valenciana Bancaja, con un 7,5%. Para después privatizar la compañía. Operación que completaría un curioso cruce de accionistas: la aseguradora Mapfre, de la que Caja Madrid posee un 15%, se haría a su vez con un porcentaje en Bankia. Todo como muy en casa. La operación público-privada del Canal parece en línea de las secuencias intervencionistas de la líder que se autoafirma liberal. Inspiró la toma de control de la entidad (23%) sobre Iberia. Dirigió el asalto a su anterior presidente, Miguel Blesa, en combate contra su protector Alberto Ruiz-Gallardón, haciendo famosa la elegante frase "hemos tenido la suerte de darle un puesto a IU quitándoselo al hijoputa". Algo coherente con el dirigismo de colocar como director de "su" Telemadrid a su antiguo jefe de prensa, Manuel Soriano; de conspirar para elevar en la patronal y en la Cámara de Comercio a su protegido Arturo Fernández; o de haber defendido, agradecida, a su mecenas, Gerardo Díaz Ferrán, ese ejemplar empresario.

Si un lastre -también para su valor patrimonial- de algunas cajas, que no de todas, era su politización, habría que andar con pies de plomo en operaciones de ese género. Si otro lastre es la permanencia de antiguos gestores del desastre, ¿por qué continúa en el cogollo del poder de la Bankia en ciernes el presidente de Bancaja, José Luis Olivas? Ese Olivas es el que prestó desde el Banco de Valencia tres millones de euros a su compadre mallorquín Jaume Matas para que pagase su fianza en un proceso por corrupción. El exdirigente de Alianza Popular que como consejero de Hacienda valenciano triplicó la deuda de su comunidad en años de bonanza; el efímero presidente-puente entre Zaplana y Camps, que participó en la conversión de las cajas en coto privado (primero el 30% de los órganos de las cajas designados por la Generalitat; luego todos) del poder autonómico. Y garante de sus negocios ruinosos, como el de Terra Mítica, de la que fueron, Bancaja y la CAM, accionistas señeros. ¿Qué hace ahí un comisario como Olivas, gestionando ahora dinero del FROB, procedente de los impuestos de todos? Rodrigo, líbranos de tanta pesadilla.

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