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CICLISMO | Giro de Italia

Espectáculo o seguridad

Mientras los organizadores buscan cada vez más 'show', la UCI restringe los derechos de los corredores

Carlos Arribas

Juan Antonio Flecha recuerda un par de historias sobre Wouter Weylandt, un tipo jovial, siempre alegre, dicen, tristes, los periodistas belgas, que le apodaron Le Petit Playboy -el grande es, claro, Tom Boonen- y que se lamentaban de que su poca seriedad en el oficio limitaba a veces lo que podía conseguir, dada su clase. "Hace tres años, en la salida de una Gante-Wevelgem, a la hora de firmar, preguntaron a Óscar Freire por Weylandt, que entonces tenía 23 y era el ciclista más idolatrado, pues es de Gante; el joven más esperado, y justamente estaba detrás de él", cuenta Flecha; "y Freire respondió que ni idea, que no le sonaba de nada. Aquel año, la clásica terminó en un sprint. Ganó Freire. Weylandt acabó tercero. Freire ya no se volvió a olvidar de él".

"No estaría mal que lloviera. Pero, si no, el polvo será terrible. ¡Qué fotos!"
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La otra historia, más que reflejar una de las razones por las que el ciclismo es un deporte hermoso, en el que las esperanzas suelen ser recompensadas, saca a la luz la cara fea, lo que inevitablemente parece ser el destino de las bicicletas. "Este año, hace apenas un mes, en el Gran Premio del Escalda, en el sprint, Weylandt sufrió una aparatosísima caída. Le patinó una rueda y detrás de él se organizó un cafarnaún, una montonera espectacular", comenta Flecha, quien no corre el Giro, sino que se está entrenado estos días por los Pirineos. "Pues bien", continúa; "en esa llegada, todos los años se producen caídas porque hay como un doble bordillo en mitad de la recta y es imposible evitarlo. Lo sabe todo el mundo de toda la vida. Y lo saben mejor que nadie los borrachos, que son muchos ese día por las fiestas del pueblo y que se ponen siempre en esa zona esperando verlas para divertirse. Pese a todo, los organizadores mantienen esa llegada y nadie les dice nada. Ni la UCI ni nadie. Todo parece formar parte del espectáculo".

El espectáculo, la lucha por la audiencia televisiva. Algunos kilómetros de la etapa de mañana del Giro transcurren por caminos rurales, sin asfaltar. Angelo Zomegnan, el organizador de la carrera, se relame. "No estaría mal que lloviera. ¡Qué espectáculo!", dice pese a que la lluvia crearía barro, charcos, caídas seguras...; "pero, si no llueve, no pasa nada. El polvo será terrible. ¡Qué fotos!".

El punto fuerte de este Giro llegará, sin embargo, dentro de 11 días, el sábado 21, el del Zoncolan y, sobre todo, del ascenso y el descenso del Crostis, un puerto sin asfaltar en sus últimos kilómetros. Alberto Contador fue a verlo y se asustó. "Bajamos a 30 kilómetros por hora y sudando", dijo; "hay terribles barrancos al lado del camino, estrecho, y ninguna protección. Pero Zomegnan nos ha dicho que pondrán redes como las que se usan en el esquí alpino". También hay socorristas alpinos desplegados por los grandes puertos, como si el Giro tuviera consciencia de que su recorrido, en efecto, pone en peligro la vida de sus artistas.

La protección de la salud. La UCI está prohibiendo los pinganillos -el año que viene les toca ya el veto a las grandes rondas- porque cree que el exceso de información y la posibilidad de que el director hable con sus corredores durante la carrera matan el espectáculo. Los ciclistas y los equipos se oponen a la prohibición, pues consideran el pinganillo, ante todo, un elemento de seguridad.

También los equipos y los ciclistas, o la mayoría de ellos, consideran que la protección de su salud pasa por la posibilidad de recibir inyecciones para recuperarse y poder abordar en forma la sucesión de etapas espectaculares que se les ofrecen. Pero también la UCI las ha prohibido.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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