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Columna
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Gracias

Toda la vida he vivido engañada. Qué idiota. El día que nací, me pusieron un nombre y un apellido. Yo no tenía mucha autoridad por aquel entonces. Digamos que nadie me preguntó si estaba conforme.

El nombre, Estíbaliz, no me ha dado muchas alegrías. He perdido demasiado tiempo de mi vida repitiéndoselo a todos los que no lo entendían a la primera. "¿Cómo?" "Estíbaliz" "¿Elisabet?" "No, no, Estíbaliz, Es-ti-ba-liz". Por lo visto, la cantante de Mocedades, la de Sergio, no ha calado tan hondo como yo creía. Si me hubieran llamado Ana habría ganado una cantidad indecente de tiempo. Pero nadie me preguntó al nacer, así que esto es lo que me ha tocado en gracia: un nombre con epílogo.

Luego está el apellido, Gabilondo. Tan largo, tan bonito, con tanta sonoridad. Y tan cargado de contenido. Tampoco nadie me preguntó si me parecía bien que mi DNI estuviera adornado con estas letras. Venían de serie, como el airbag. Como los ojos, la nariz y el pelo negro. De serie.

Durante mi infancia, el apellido no tuvo ninguna relevancia para nadie. A nadie le parecía ni bien, ni mal, ni regular. Se reían de mi nombre, eso Sí, me cantaban: "Estíbaliz, regaliz". Pero el apellido, nada.

La cosa cambió al llegar a la Facultad de Periodismo. De repente y para mi sorpresa empecé a notar algunas miradas de reojo y a escuchar susurros a mi paso. Viví situaciones incomodas, recibí apodos que venían de gente con la que no había cruzado ni una palabra. De repente, mi nombre se borró y el apellido era lo importante para algunos. De la noche a la mañana se dieron por sentadas un montón de cosas sobre mí. Muchos asumieron que mi camino estaba mejor asfaltado que el suyo, sin ni siquiera agacharse a mirar cuáles eran mis ruedas. Pero este solo fue el principio de un importante descubrimiento.

Con los años, he acabado sabiendo la verdad. Terrible. Ha sido gracias a innumerables comentarios en la red cada vez que he empezado en un trabajo nuevo. Por lo visto, muchos de esos trabajos me los ha conseguido mi familia. Otros han sido por cortesía de la clase política: Patxi López o Zapatero, nada menos. Y yo sin saberlo.

No puedo dejar pasar la oportunidad de darles las gracias a todos ellos. Lo han hecho muy bien. Han demostrado una enorme sensiblidad: se han preocupado por conseguir que yo no me enterara de que estaban intercediendo por mí, para no minar mi autoestima. También se han tomado la molestia de montar un montón de castings falsos durante años, con falsos aspirantes, a los que yo me presentaba sin saber que el puesto ya era mío de antemano. Incluso me dejaron largas temporadas en el paro para evitarme sospechas. Gracias a todos de corazón. Gracias.

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