Umberto Bossi o el odio al diferente
Demagogia y xenofobia como razón de Estado. Caídos los sátrapas del norte de África, los ultras italianos se quedan sin los aliados que hacían el trabajo sucio con la inmigración
El siempre creativo laboratorio político italiano, que en los años veinte del siglo pasado inventó y luego exportó a Europa el totalitarismo negro, continúa bullendo y renovándose casi un siglo después. Desterrada del uso común la palabra fascismo, y reconvertidos los posfascistas de Fini en un pequeño señorío liberal y proisraelí, la extrema derecha parece haber quedado reducida a algunos grupos ultras asociados al fútbol, a los 10.000 afiliados de Fuerza Nueva y Casa Pound, y a algunos socios minoritarios del Gobierno de Silvio Berlusconi legitimados por el jefe del Ejecutivo, como La Destra de un tal Storace y la nietísima Alessandra Mussolini.
En realidad, la exclusiva de las señas de identidad modernas, o mejor dicho posmodernas, de la derecha extrema la tiene desde hace 25 años la Liga Norte. Paradójicamente, los señores del Carroccio afirman que quieren ser como los catalanes, aspiran a la secesión de la inexistente Padania y combaten por una república federal similar a la de Estados Unidos. Bajo esos latidos de supuesta sensatez, su aliento reformista y su fuerte ideología territorial, identitaria y cristiana, las huestes verdes de Umberto Bossi -todavía activo y al frente pese al ictus sufrido hace unos años- han hecho del populismo, la demagogia, el antieuropeísmo y el odio al diferente una razón de Estado.
Aunque algunos sigan viéndolos como una agrupación folclórica y ocurrente, la Liga es desde hace una década el partido que decide la gobernabilidad del país. No solo controla miles de ayuntamientos desde Toscana hasta Suiza y gobierna las regiones de Piamonte y Véneto: es sobre todo el sostén crucial de Berlusconi, en el poder durante 9 de los últimos 11 años. Esos energúmenos que chillan "Roma ladrona", que piden ametrallar a los inmigrantes y que desertan de los festejos de la unidad italiana son el partido importante más antiguo (siempre en torno al 11% de los votos) de Italia.
La Liga tiene tres asientos en el Gobierno de Roma. Bossi, ministro para el Federalismo; Roberto Calderoli, de Simplificación Legislativa, y Roberto Maroni, de Interior. Sus grandes iniciativas de esta legislatura han sido la reforma federalista, actualmente en curso, y la Ley de Seguridad. Impulsada por Maroni, y aprobada en 2008, la norma concedió poderes especiales a los alcaldes y jefes de policía para mantener el decoro de las ciudades. Eso legitimó una ofensiva étnica en toda regla. Al censo de la población romaní, menores incluidos, se sumaron desmantelamientos de chabolas sin alternativa de realojamiento, malos tratos, vejaciones policiales, reglas contra la mendicidad que contemplaban la tutela de los menores por parte del Estado, nula integración escolar...
La persecución de los gitanos y la lucha contra la inmigración clandestina forman un mismo bloque en el ideario de la Liga Norte. "Su racismo de taberna puso primero en el punto de mira al terrone, al paleto meridional; luego, a los albaneses, los negros, los gitanos; finalmente, a los árabes", recuerda el cineasta y periodista Claudio Lazzaro, autor del documental Camisas verdes.
Los desalojos de gitanos siguen a la orden del día en Milán, Florencia o Roma, y, a pesar de las condenas del Parlamento Europeo, han logrado su objetivo principal: echar del país a los gitanos, rumanos sobre todo. Según estima Roberto Malini, director de la ONG EveryOne, de los 165.000 gitanos que había en Italia en 2008, "hoy no deben quedar más de 30.000, italianos incluidos".
Pero el núcleo central del paquete seguridad era la conversión en delito de la inmigración ilegal y su consideración como una agravante penal. Dos años después, el Tribunal Constitucional rechazó la parte de la agravante, y la Corte de Justicia de la UE acaba de anular el delito de clandestinidad al sentenciar que las penas de prisión para los sin papeles son incompatibles con las normas europeas.
Tras la sentencia, la oposición ha recordado que la política migratoria de Maroni es el hazmerreír de Europa y ha destacado su alto componente propagandístico y su ineficacia. Lo cierto es que la xenofobia de Maroni y Bossi parece contar todavía con un elevado consenso mediático y social, más en el norte que en el sur del país, aunque el tiempo ha demostrado lo que muchos temían: que vulnera el derecho comunitario y las convenciones de derechos humanos, y que solo puede funcionar si colaboran los países del norte de África.
De hecho, la política de Maroni ha durado lo que los acuerdos bilaterales con los dictadores Gadafi (Libia) y Ben Ali (Túnez), que permitían devolver en alta mar a los inmigrantes incumpliendo así las leyes que regulan el derecho de asilo. Caídos los sátrapas, el presunto rigor de la Liga se ha deshecho como un azucarillo, y el Gobierno se ha visto totalmente desbordado por la llegada, en tres meses, de 25.000 tunecinos a la isla de Lampedusa. Dado que su propia ley era inaplicable, Maroni pidió ayuda a esa Europa a la que insulta. Al no obtenerla, tuvo la ocurrencia de dar permisos de residencia temporales a los tunecinos para que se fueran a Francia, que no picó el anzuelo.
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