Desolación
Según los datos que arrojan las encuestas, más del 20% de la población española considera que la clase política es un problema, porcentaje que ocupa el tercer lugar de la lista. Por otra parte, más del 65% de la población reprueba tanto la gestión del presidente como la del líder de la oposición.
Estos datos, con pequeñas variaciones, se vienen repitiendo desde hace varios meses sin que los concernidos hayan dicho una sola palabra al respecto. Como si no fuera con ellos. Ni una sola autocrítica, ni una disculpa, ni una sola explicación.
En mi opinión, todo ello ocurre porque la clase política se considera a salvo del riesgo que debería representar el ser mal valorado. En cualquier otra actividad así es. Se considera a salvo porque el sistema político instaurado en España difícilmente permite a la ciudadanía castigar a los políticos incompetentes. Y los políticos ya se encargan de evitar que el sistema sea modificado para permitir un más eficaz control de su actividad.
Si a ello se añade el hecho de que hay en nuestra sociedad grandes bolsas de votantes que, sin suficiente sentido crítico ni deseo de valorar el comportamiento y la eficacia de la actividad desarrollada por los distintos partidos y personas, más allá de un irracional anclaje ideológico, la situación queda dibujada: la clase política es muy mal valorada, es un problema, no se considera obligada a dar explicaciones, no hace propósito de enmienda y sigue siendo votada como si no pasara nada. Hasta la corrupción parece ser un valor. ¡Qué desolación.
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