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Columna
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Una democracia de pacotilla

"El que la hace la debe pagar de una forma ejemplar para que la ciudadanía sepa que estos comportamientos son incompatibles con la democracia". Es el justiciero parecer del portavoz parlamentario del Gobierno y consejero de Solidaridad y Ciudadanía, Rafael Blasco, acerca de la trama corrupta Gürtel, que se recoge en el dócil periódico gratuito Valencia express de la semana pasada. Una opinión que así dicha ha de ser compartida por toda persona de bien, pero que habrá sin duda sobresaltado a no pocos de sus cofrades del PP, enredados judicialmente en esa hermandad y en otras similares de delincuentes de cuello blanco. A buen seguro que los peperos aludidos habrán creído por un momento ser objeto del devastador fuego amigo.

Pero no corrían tal riesgo, pues si bien el parecer transcrito es un principio de aplicación universal, el consejero se refiere exclusivamente a los individuos responsables de la mentada trama, siguiendo así el guión exculpatorio que los populares observan para neutralizar toda acusación. A la luz de esa fábula, ellos son los inocentes en cualquier trance, en tanto que los otros, los gurtelianos, El Bigotes y compañía, han abusado de su candor, tal cual aconteció, salvadas las distancias y circunstancias, con aquellos rudos extremeños que con una mano mostraban espejuelos y abalorios -léase indumentaria, joyas, viajes y bolsos de alta gama- a la desprevenida indiada del nuevo mundo colombino mientras que con la otra mano afanaban cuanto podían sin el menor escrúpulo. Tiene narices que este país valenciano haya sido tomado como una suerte de El Dorado y la mitad de su censo, al menos, como una partida de necios. La otra mitad, como es notorio, anda sumida en la impotencia política o en el hastío.

La evocación histórica no es gratuita porque a nuestro juicio eso es en buena parte lo que nos ha acontecido y que se revela en los sondeos demoscópicos que se divulgan en este postrer tramo electoral. Resulta que el PP, a pesar de la corrupción que cunde entre sus filas y la ineficiente gestión política desarrollada, sigue obteniendo todavía el beneplácito de la mayoría. Los analistas políticos tendrán las claves del encandilamiento que ejerce esta derecha predadora y los sociólogos nos describirán tan chocante pauta de conducta como significa esa preferencia masoquista por el mal gobierno, el derroche económico, la opacidad y la mediocridad moral e intelectual de la clase política dominante, acaso la más mortificante y desalentadora de las desgracias que colectivamente nos afligen. La única, por cierto, que no pueden endosársela al gobierno socialista de Rodríguez Zapatero porque es una obra muy personal del molt honorable Francisco Camps.

Como no hay desgracias que cien años duren, estamos más confiados que seguros en que el cambio valenciano también llegará. Bastaría con que cada quien, sin excepciones, pagase la maldad que haya hecho como postula con capciosidad el eminente consejero arriba citado, y que además la pague sin demora en los tribunales -añadimos nosotros con un leve toque de utopía- para que la vida pública deje de ser por estos pagos un ámbito de impunidad donde alienta por ahora una democracia de pacotilla. No de otro modo se explica este circo temático de la miseria política, el ridículo beaterío y el cachondeo ajeno en que hemos devenido. Tan es así que hoy el cambio depende más del banquillo que de las urnas.

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