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Columna
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Cabreados

Decir que la clase política ha tocado fondo sería caer en los abismos de la obviedad y a nadie le gusta caer tan bajo. Ya sabemos todos que con la marea baja aflora la basura, que las listas para las próximas elecciones están integradas por más de un centenar de políticos corruptos de uno y otro bando. También sabemos que nuestros eurodiputados son insaciables, que hay aeropuertos donde lo de menos es que salgan aviones, ya que están pensados para que la gente pueda organizar una merienda en plena pista de aterrizaje, hacer una barbacoa, comerse la mona de Pascua y cosas así. Ya sabemos que el dinero sucio vale lo mismo que el limpio, que los banqueros son los verdaderos amos del cotarro y que la democracia directa fue un sueño de un tal Pericles del que ya no se acuerda ni Cristo. En fin, que estamos todos muy cabreados.

Con lo cual podría concluirse que este es un país de honrados ciudadanos en manos de una banda de gánsteres. Obvio ¿No? Pues no, miren ustedes por dónde. La realidad cuánto más de cerca se observa, más nos atañe y a fin de cuentas va a resultar que cada cual tiene los políticos que se merece.

Si no me creen, echen un vistazo a cualquier municipio. Verán a ciudadanos ejemplares que critican la especulación urbanística pero sólo en general, porque cuando les afecta a su parcela particular especulan que se las pelan, quien más y quien menos tiene un cadáver enterrado en hormigón; lo mismo cabría decir de todos aquellos que pagan sus facturas en negro y luego se tapan la nariz para volver a votar al alcalde corrupto de siempre, porque cada vez que trinca, les da también algo a trincar sin que nadie se pregunte si el dinero viene de la trata de blancas, del narcotráfico o del rosario de su madre. Y eso es precisamente lo más desolador. No que los políticos otorguen favores a los suyos, prevariquen y se queden con la pasta. Sino que envilezcan a todo un país. Si un político roba, por qué tengo yo que declarar la reforma del cuarto de baño, se pregunta el honrado ciudadano. Así se explica desde la burbuja financiera hasta los resultados electorales.

Aunque quién sabe, también puede ocurrir algo inesperado, como en Islandia. Los vikingos siempre han sido tipos valientes, acostumbrados a los inviernos crudos y a los amaneceres lentos de la aurora boreal. Son escépticos, poco habladores y van a su bola. Pero en estos tiempos globales les tocó, como a todos, su cuota de mangantes por metro cuadrado. ¿Y qué han hecho? Se han negado a pagarles los platos rotos. Los irreductibles islandeses dejaron quebrar a sus entidades financieras, metieron en la trena a los banqueros causantes del desaguisado, derribaron al gobierno y modificaron la Constitución para poder tener un órgano de control ciudadano sobre la Banca y el Ejecutivo. Y todo eso sólo con su voto y un par de narices. Ya ven.

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