En la muerte de Juan Pedro Domecq
Je n'ai pas peur. J'ai seulement le vertige.
René Char
Con un estruendo brutal, en un instante, se ha quebrado la vida de Juan Pedro Domecq Solís y nos hemos quedado descorazonadamente más solos. Le quisimos y admiramos profundamente a lo largo de toda su vida: cuando concebía sus primeros sueños de juventud; en la larga, y familiarmente fecunda, andadura de su primer matrimonio; en la angustiada soledad que le sobrecogió tras la tragedia de su hijo Fernando; y, finalmente, en la felicidad alcanzada, tan ilusionadamente, con Marie Águila en su segundo matrimonio. El tiempo de nuestra larga amistad y relación familiar ha terminado demasiado pronto, mucho antes de que la sombra del envejecimiento completase su obra de manera natural. En estos momentos de desconsuelo, nos queda el recuerdo de lo compartido con Juan Pedro, al haberle acompañado con nuestro afecto solidario en todas las encrucijadas importantes de su vida.
La noticia de su muerte viene envuelta en una inmensa y merecida marea de reconocimientos generalizados. Su contribución al progreso de la fiesta de los toros ha sido decisiva, habiendo aunado tradición y modernidad desde la hondura de su conocimiento. También ha sabido teorizar sobre cuanto hacía, enriqueciendo así la cultura taurina. Siempre respetó las críticas que le hicieron, a las que solo respondió con argumentos.
En Juan Pedro sobresalía su dimensión familiar que le hacía valorar prioritariamente la relación con los suyos desde un cariño y respeto inmensos: por sus padres, sus hermanos, el resto de su familia, y, sobre todo, por sus hijos, a los que quiso con el mayor desprendimiento. Su hijo Juan Pedro va a ser, estaba siéndolo ya, un excelente continuador de su obra en todos los órdenes, también en el empresarial. En este ámbito su padre desarrolló importantes proyectos con la taurina autenticidad de quien no rehúye el riesgo del oficio ni el terreno incómodo, aunque ello conlleve a veces la fortuna y otras la adversidad.
También destacaba en él su comprometido sentido de la amistad: nunca comprendió en la última y feliz etapa de su vida algunas lejanías y, sin embargo, se propuso salvar estas amistades pensando que el tiempo, ese tiempo que no ha tenido, lo encajaría todo.
En todo ello puso siempre la inmensa inteligencia y voluntad que le caracterizaban, su insobornable rectitud moral, la generosidad de dar y de saber valorar lo que recibía de los demás, y su capacidad de abordar la existencia con tanta racionalidad como sensibilidad poética.
Su vida se ha apagado tras el fogonazo de un terrible accidente de tráfico. En ese último segundo de lucidez que antecedió al impacto, imaginamos que desde la confiada esperanza del creyente no sintió miedo por lo que le aguardaba sino vértigo por cuanto dejaba atrás, por esos proyectos personales que iban a romperse irreparablemente.
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