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COPA DEL REY | 18º título blanco
Columna
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El enemigo

David Trueba

En cualquier enfrentamiento hay algo imprescindible: conocer al enemigo.

Conocerlo bien es elegir las armas, el lugar, el momento para vencerlo. Lo peor es inventar un enemigo invisible. Este Real Madrid se ha pasado el curso fabricando enemigos. Tan pronto eran los árbitros, como el calendario, como la hierba cortada al ras, los otros equipos que renunciaban a competir exclusivamente contra el Barcelona o incluso la prensa, por supuesto, enemigo siempre a mano. No creo que la prensa de Madrid tenga nada contra el Madrid, salvo quizá la dificultad para reconocer entre varios jugadores asombrosamente buenos, a qué propuesta de juego están sometidos. Un Madrid a ratos irreconocible, que se parecía mucho a mi Atlético, con esas excusas ajenas para esquivar las carencias propias.

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Y resulta que el enemigo estaba ahí delante; era sencillamente el fútbol del Barça. La Liga es demasiado larga y quizá la final de Copa iba a ser lo suficientemente corta. Pero el Madrid se enfrentó por fin al fútbol del Barcelona, provocando un cortocircuito en su triángulo de pase y pared. La tarea de Khedira, Pepe y Özil, empleado como un peón defensivo más, dejó seco a la sociedad de Xavi, Iniesta y Messi. Villa tenía que limitarse a pelear por la posición y Messi a tocar la pelota en el centro del campo, allá donde perderla daba al Real Madrid su mejor arma, el contraataque.

Las finales son partidos tensos, donde se protesta todo y se pide tarjeta hasta por palmear la espalda del contrario. Mientras llega el juego todo cuenta. Resuelto el trámite de pitar el himno nacional o corearlo, quedó patente la partición del estadio en dos mitades, más abundante del lado del Madrid. La obsesión de las aficiones estriba siempre en relacionar al contrario con la supuesta prostitución de sus madres. En esta ocasión Piqué era el bello villano para los blancos. Y el Barcelona traía mal fario, llegó en un avión llamado David Bisbal, fíjese usted, y la final se jugaba en la capital del pelotazo inmobiliario, lo cual quizá favorecería al pelotazo futbolístico.

El descanso fueron unas vacaciones para el Barcelona. Seguramente a su pasado, al recuerdo de su esencia, perdida entre tanta interrupción. Tanto que en el minuto 70 las botas color butano de Messi empezaron a echar fuego y, de paso, el balón a correr a toda velocidad.

Pararon entonces los insultos, las interrupciones y comenzó el juego. Para un Barcelona sin banquillo el tiempo apremiaba más. El partido se había hecho demasiado corto, por mucho que se le añadiera. Fundido, Özil cayó de la línea de presión. Nunca ha defendido tanto un jugador tan creativo. Fue como ver a Van Gogh dedicado a pintar fachadas.

Pero el mejor Barcelona tenía enfrente a la dinamita pura de la contra madridista. A la prórroga se llegaba con la sensación que el Barça no tendría gasolina para seguir tirando igual del juego, con el ataque por bandera. Su tiempo había pasado. Era cuestión de paciencia y cuchillo que el Real Madrid marcara. Al final, Cristiano Ronaldo definió el duelo.

Queda la eliminatoria europea para saber si el Madrid ha encontrado, por fin, no ya la medicina para vencer, sino para desactivar al que es su verdadero enemigo, el fútbol azulgrana. Ha sido un triunfo blanco que mata tantos fantasmas de urgencia. Devuelve quizá la cordura a una rivalidad que siempre tiene que medirse en el juego, donde los enemigos te hacen mejor. Pero solo los enemigos de verdad.

Messi cae ante la entrada de Xabi Alonso.
Messi cae ante la entrada de Xabi Alonso.CLAUDIO ÁLVAREZ

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