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Reportaje:Estilos

David y Goliat se van de festival

La cita de Coachella marca un nuevo camino, entre lo alternativo y lo comercial

Como buen macrofestival, en Coachella no hay lugar para sutilezas. La electrónica populista supera en éxito a las propuestas más inquietas, que se ven relegadas a escondidos pabellones menores. Los descomunales escenarios principales están casi reservados para el rock de estadio y artistas consagrados, cuyos éxitos resultan perfectos como hilo musical de fondo.

Pero hay algo extrañamente sofisticado en esta millonaria superproducción que llama la atención de los europeos más bregados. "Es, junto a Glastonbury, el mejor festival del mundo", opina el responsable del sello independiente PIAS, Gerardo Cartón, que desde hace algunos lustros se recorre el planeta acudiendo anualmente a unas 10 citas similares.

Se vio un despliegue olímpico de vatios, insectos gigantes y pagodas 'space age'

Porque Coachella es un espectáculo. Kilómetros de césped reluciente en un paraje desértico sobrecogedor, un despliegue olímpico de vatios (que se apaga hacia la 1.30), impresionantes instalaciones artísticas con insectos gigantes, pagodas space age o columpios con efectos de sonido, civilizadísimas colas de coches de más de una hora para salir y entrar al recinto, coquetas zonas de fumadores pensadas para la galería (aquí se fuma en todos lados), torsos esculpidos y pechos turgentes estilo California y, en comunión con el vulgo, decenas de famosos en bermudas y chanclas, demostrando lo relajados que son todos en el fondo.

Allí estaba Paul McCartney comiendo una hamburguesa que solo la buena fe identificaría como vegetariana; una lechosa Dita von Teese, sin corsé; y entre el barullo de la atestada zona VIP, Rihanna, Usher, Danny DeVito, David Hasselhoff, Lindsay Lohan, Vanessa Hudgens o Paz Vega. Aquí no hay famosos de primera o de segunda, y todos campan a sus anchas sin demasiados moscones. El sueño de cualquier paparazi.

Ni David, ni Goliat. Coachella certificó que a los macroespectáculos también le sientan bien las tallas medianas. Propuestas mastodónticas como Chemical Brothers o Ms. Lauryn Hill se vivieron con relativa indiferencia, y la inquietud por abrazar la última banda ignota recién salida de Pitchfork no resulta aquí particularmente evidente. Al menos, no tanto como en el barcelonés Primavera Sound y otras propuestas más especializadas o elitistas.

A juzgar por lo sucedido en Coachella, la tendencia vira hacia un difícil punto intermedio, ese limbo de equilibrio entre la independencia militante y la popularidad global de propuestas como la del rapero Kanye West. Artistas que mantienen un punto de cercanía y humanidad, pero que no obligan a los 90.000 asistentes a tener un conocimiento enciclopédico de lo que sucede en las redes sociales. Ayudados por la relativa intimidad y el fabuloso -en todo momento- sonido de las carpas Gobi y Mojave, que forman el verdadero corazón del festival, propuestas consolidadas y solventes pero de alcance limitado como Robyn, Sleigh Bells, Glasser o The Pains of Being Pure at Heart triunfaron ante un público propio.

Kayne West, en un momento del espectáculo con el que encabezó el cartel del festival Coachella.
Kayne West, en un momento del espectáculo con el que encabezó el cartel del festival Coachella.S. W. (AP)

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