"¿Por qué se llama Pacífico? No lo entiendo"
Anna Corbella, la primera española en dar la vuelta al mundo a vela, revive su pelea de 102 días con el mar en la Barcelona World Race
"Estoy agotada, como si viniera de correr una maratón", resopla. Anna Corbella (34 años, Barcelona) tiene las muñecas hinchadas y un golpe en las costillas del que ya ni se acuerda y otro en la cara del que ya no queda ni rastro; ha adelgazado tres kilos, solo tres, porque ha perdido grasa y ha ganado masa muscular, sobre todo en el tren superior -"mis piernas están hechas caldo"-, y ríe. Ríe porque hasta el peor de los 102 días que ha durado su travesía alrededor del globo le parece ahora "una pasada". Anna es la primera española en dar la vuelta al mundo a vela. Lo ha hecho junto a la británica Dee Caffari -suma con esta su cuarta circunnavegación, la tercera sin escalas- a bordo de uno de los pequeños monocascos participantes en la Barcelona World Race, la vuelta al mundo de vela por parejas y sin escalas.
"En medio de un océano enorme, cualquier cosa es un problema grave"
"Se rompió el generador y tuvimos fallos de electrónica y una grieta"
Tocó tierra el pasado miércoles y ayer tenía, por fin, su primera comida familiar. Todavía no termina de asimilar lo que ha logrado: "Es una sensación extraña, pues a bordo no ves tierra, solo agua y mar, aunque cambien las condiciones. No ves países diferentes ni gente. Con el tiempo daré valor a lo que hemos hecho", comenta. Aún no logra dormir de un tirón, pues durante los últimos tres meses y medio se acostumbró a los turnos de dos horas de sueño que instauraron para gobernar el barco. Y el simple hecho de ir al supermercado es un suplicio. "El sábado casi me da algo. Y eso que en todo el día solo fui a hacer la compra. El resto lo pasé tirada en el sofá. En el barco apenas he hecho servir las piernas. Es tan pequeño que casi no andas", explica.
Antes de zarpar de Barcelona, pensaba que lo peor de esta aventura sería la convivencia. "Pero dependes de la otra persona para todo, así que no te queda más remedio que estar a gusto", advierte. Lo peor, pues, ha sido pelearse con el mar. "En el Sur, donde el agua está muy fría y las olas son enormes, donde nadie podrá rescatarte en medio de un océano enorme, cualquier cosa se convierte en un problema grave", dice. Ocurrió.
Un día, con las dos en el interior del barco, donde se resguardaban del frío, se rompió el piloto automático, el velero viró y unas velas que tenían atadas a la cubierta cayeron al agua. Mientras una reconducía el barco, la otra recuperaba las velas. Todo ocurrió en las peores condiciones que uno se pueda imaginar: frío y lluvia en mitad del Pacífico. Con el agravante de que salieron tan deprisa que no les dio tiempo a abrigarse: "¿Y por qué se llama Pacífico?', me preguntaba. Todavía no lo entiendo. 'Porque es mejor que el Índico', me decía Dee. Fue mi bautizo. Lo pasé fatal. 'Esto es lo que pasa cuando tienes un problema aquí abajo', pensé".
Se ha convertido en una manitas: "El barco sufre mucho. Nunca paras de reparar cosas. Teníamos una lista larguísima. Se nos rompió el generador, tuvimos problemas de electrónica y una grieta en una parte estructural que debimos reparar dos veces porque la primera no aguantó. Tienes que ser McGyver".
Los pequeños triunfos, como alcanzar el cabo de Hornos o atravesar el estrecho de Gibraltar, los celebraron con pequeños premios: jamón, por ejemplo. Eso, el fuet y el chocolate eran sus manjares, con los que se alegraban los platos del día: comida liofilizada que terminó por saberles genial. "Teníamos hasta platos favoritos que guardábamos para ocasiones especiales, como el bacalao con patatas".
Pero calcularon mal y los últimos 12 días se alimentaron de las sobras. "Así que llegamos a casa con ganas de comer cosas buenas y frescas, como ensalada o fruta. Hoy tengo fideos con marisco. ¡Y tengo un hambre! Últimamente, tengo hambre a todas horas", confiesa.
Dice que, de pequeña, no le gustaba navegar. Nadie lo diría. Su vida cambió a los 15 años, cuando empezó a practicar vela ligera. Aun así, hasta hace un año, cuando empezó a dedicarse exclusivamente a preparar la vuelta al mundo, ejercía de veterinaria. Pero hasta entonces siempre combinó ambas cosas. Y no vivía de la vela. Al revés. Trabajaba para poder pagar su afición: "Hay muy pocos que puedan vivir profesionalmente de la vela en España". ¿Y ahora? "A descansar, disfrutar de esto y pensar en cómo repetirlo", concluye.
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