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Reportaje:

La ruta de la pólvora china

El pirotécnico Óscar Obiol cuenta cómo se marchó al país asiático con lo puesto y llegó a ser un empresario de éxito

Pablo Ferri

En su primer viaje a China, Óscar Obiol se quedó en Cantón. Era el invierno de 1998, tenía 21 años y la empresa para la que trabajaba, la histórica pirotecnia Brunchú, chapoteaba en aguas de ruina. "Me quería ir a China, allí estaba la pirotecnia con mayúsculas", recuerda este castellonenese. "Más del 90% de la producción mundial sale de allí", asegura. Total que se fue, encontró un trabajo en la pirotecnia de unos amigos y no salió de allí en ocho meses. Luego se montó la suya y ahora, apenas siete años más tarde, factura más de cinco millones de euros al año solo en exportaciones.

En el tercer viaje, el pirotécnico ya se quedó. Por entonces, en 2003, ya conocía a su futura esposa, una muchacha cantonesa, así que cuando le ofrecieron un puesto en el departamento de I+D, "o algo así", de una pirotecnia de Liu Yang, en la provincia de Hunan, aceptó sin dudar. "Es una provincia de interior, pero está a solo 100 kilómetros de donde nació Mao Tse Tung", indica divertido el empresario.

Los chinos exportan casi toda su producción El industrial tiene ahora dos fábricas en Liu Yang

La industria pirotécnica española difiere por principios de la china, explica Óscar Obiol. "El secreto de su producción", indica, "es que funcionan como una cadena de montaje. Mientras en España es una industria artesanal, allí es otra cosa". "Para que te hagas una idea", continúa, "en China hay muchos trabajadores que no saben exactamente cómo funciona la traca que están ensamblando. Aquí, el operario que monta una palmera participa en todas las fases del montaje ".

Tanta diferencia quizá se explique por el camino que sigue la pólvora en cada lugar. Si en España supone la base de cientos de tradiciones, en China no. "Toda la producción se exporta", asegura el pirotécnico, "allí apenas existen festividades basadas en la pólvora", más allá del día del partidos comunista o año nuevo.

Lo primero que hizo Óscar en la fábrica de Lin Yuang fue adaptar la producción a la normativa internacional, "eliminar productos tóxicos, esas cosas", apunta. Mientras, una compañera que chapurrea el inglés le ayudaba con el idioma, que ahora, asegura, habla más que bien.

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Liu Yang apenas era una aldea cuando llegó, pero en China "todo va rapidísimo" y "en pocos años, las cuatro calles sin asfaltar de Liu Yang se convirtieron en grandes avenidas, plazas, rascacielos, polígonos y hamburgueserías". "Unos arrozales que había enfrente de la fábrica se convirtieron en pocos meses en un barrio con más de 1.700 viviendas", enfatiza.

La ciudad ya tiene 1.200 industrias pirotécnicas y no se nota la crisis. Si todo funciona, el ritmo de trabajo es salvaje y si hay problemas, los empleados hacen huelga a la japonesa. De momento, Óscar ha evitado problemas así. Le va muy bien, ya tiene dos fábricas y se permite vivir en España con su mujer y su hija. Viaja a China cuatro o cinco veces al año. Es la ruta de la pólvora, donde estaba el negocio.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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