Egipto se mueve
El arresto de Mubarak hace más creíble la discutida transición pilotada por los generales
La detención provisional de Hosni Mubarak, apenas dos meses después de que el dictador fuera defenestrado por la calle, es una señal positiva para Egipto. Si para los generales que dirigen desde entonces con plenos poderes el más importante país árabe significa un respiro en las crecientes protestas y sospechas ciudadanas de que intentan proteger a toda costa al que fue rais durante 30 años, para los egipcios que siguen invocando justicia representa un mensaje de que las cosas se mueven.
El proceso que conduce a Egipto hacia la normalización democrática avanza con altibajos. Ningún observador del mundo árabe habría vaticinado hace unos meses que el todopoderoso Mubarak podría acabar juzgado por sus propios compatriotas. O que, como sucedió el mes pasado con el referéndum constitucional, a un pueblo silenciado durante casi 60 años se le ofrecería por primera vez la posibilidad de pronunciarse libremente sobre un tema crucial para su futuro.
Se puede objetar la gestación castrense y el secretismo de las reformas constitucionales refrendadas en marzo por 14 millones de votantes y rechazadas por cuatro. O el ritmo acelerado de un calendario político que beneficiará más a las formaciones organizadas -se trate de los Hermanos Musulmanes o de los restos del partido gubernamental- y que antes de fin de año habrá desembocado en un nuevo Parlamento y un nuevo presidente. Pero en el hasta ayer petrificado escenario árabe, sometido al capricho y la vesania de unos cuantos déspotas con pretensiones vitalicias, supone un mojón que la Constitución egipcia limite a dos mandatos la jefatura del Estado, abra la competición electoral, liquide las leyes de excepción y prevea la supervisión judicial de los comicios. O que el próximo Parlamento pueda redactar una nueva ley fundamental. Un camino impensable, pese a sus defectos en el que tanto Egipto como Túnez -donde las listas a las próximas elecciones constituyentes serán paritarias- forman una vanguardia que está cambiando para siempre el perfil feudal de una parte del mundo.
La democracia no es una inclinación natural de los militares árabes. Los generales egipcios se ganaron el respeto de sus compatriotas al forzar la caída del déspota y proteger el ansia de dignidad y libertad de su pueblo. Deben volver cuanto antes a sus cuarteles, pero tras garantizar que el mecanismo de transición que pilotan desemboca en una sociedad plural y abierta.
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