El diábolo de Mefistófeles
Cada vez hay más espectáculos circenses en formato cabaré, pensados, como éste, para espacios íntimos, porque artistas y público de hoy anhelamos el contacto visual, el intercambio de energía y la proximidad. El flamante Circo Price parece pensado más bien para el circo enciclopédico de hace medio siglo, viajero con sus zoos ambulantes: cuesta Dios y ayuda adaptar su volumetría jerárquica y descomunal a los usos de ahora. Su arquitectura trata de usted a artistas jóvenes deseosos de que les hablen de tú.
Viendo La vie (La vida) uno intuye que el público de la primera fila debiera de estar rodeando y tocando casi con la barbilla la pasarela de revista y el escenario sobreelevado que la compañía canadiense Les 7 Doigts de la Main utiliza como suelo escénico de este cabaré presentado por un locuaz maestro de ceremonias mefistofélico y polimorfo, soberbiamente interpretado en castellano por Sébastien Soldevila, quebequés de ascendencia catalana.
LA VIE (LA VIDA)
Compañía: Les 7 Doigts de la Main. Intérpretes y autores: Evelyne Allard, Émilie Bonnavaud, Isabelle Chassé, Krin Haglund, Adam Kuchler, Sébastien Soldevila, Samuel Tétreault y DJ Pocket. Escenografía: André Labbé. Teatro Circo Price. Del 12 al 17 de abril.
El espectáculo está tensado entre la vida, la muerte y el circo como frontera
Su personaje necesita tener al público tan a mano como Joel Grey al suyo en el Kit Kat Club, para hacerle sentir su presencia ambigua como una grata amenaza: "Soy el jefe de esta morgue inodora", dice mientras pasa revista. Como en Loft y en Psy, en La vie hay un eje temático en torno al cual se teje apenas un leve hilo argumental: se nos insinúa aquí que estamos en el mundo de los muertos, para asistir a la llegada de otros recién fallecidos ignorantes todavía de donde se hallan. Algunos de los números circenses aluden a lo que les sucedió a estos personajes: el número de equilibrios ingrávidos sobre un bastón primero y sobre la silla de ruedas después, magníficamente ejecutado por Sébastien Tétreault, recrea simbólicamente el castañazo que el ejecutivo al que encarna acaba de pegarse durante un viaje en avión.
Todo el espectáculo está tensado entre la vida, la muerte y el circo como frontera. En ese viaje entre ambos polos, cada artista encarna a un personaje de cabo a rabo de la función: Isabelle Chassé, a una loca de atar que intenta quitarse la camisa de fuerza usando sus habilidades de contorsionista, para escaparse infructuosamente del psiquiátrico en un número aéreo con impronta dramática. Quizá el arranque de La vie promete una dramaturgia más elaborada, que va disolviéndose luego en las aguas templadas del cabaré.
Entre los números, destacan por su ritmo vibrante el solo de Soldevila con su diávolo diabólico, y su dúo de equilibrios suicidas mano a mano con Émilie Bonnavaud. Estupendo Adam Kuchler, el chico que recibe los golpes. Las proezas aéreas de Evelyne Allard y Krin Haglund también tienen su aquel. Pinchada en vivo por DJ Pocket, la música tiene un sabor nocherniego. La vie vale la pena, pero uno no puede quitarse de encima la sensación de que en un espacio más recoleto, lumpen y acogedor hubiera resultado tres veces mejor.
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