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Sin esperanza, con convencimiento

Sin esperanza, con convencimiento es el título de un libro que Ángel González publicó hace cincuenta años, donde se explican adecuadamente los sentimientos encontrados que compartíamos quienes nos manifestamos contra la corrupción, el sábado 26 de marzo en Valencia.

Cuando el señor Aznar, aspirante entonces a la Moncloa, confirmó en 1995 a Eduardo Zaplana como candidato a la Generalitat Valenciana, confieso que me pareció una decisión arriesgada. Pensaba, en mi buena fe, que Zaplana, el amigo de Naseiro -conocidos ambos por su gran interés en hacer negocio con la política- no era el mejor fichaje para un candidato a la presidencia del gobierno de Madrid cuando, por entonces, jugaba con fuerza la carta de la regeneración contra un partido socialista tocado por la sospecha de corrupción. Aunque en realidad esa elección no supuso el menor problema para el candidato: llegó a la presidencia, mientras Zaplana iba subiendo como la espuma.

Cuando la propaganda domina sobre la información seria, los gestores se columpian

Su gestión al frente de la Generalitat Valenciana fue la esperable: bajo su mandato se hicieron muchas inversiones y a la sombra de estas no pocos negocios, todo dentro de la más estricta legalidad, como se nos ha dicho siempre. Es posible que fuera así y pudiera ocurrir también que no haya nada que objetar a las pingües ganancias que obtuvieron muchos de los que, por ejemplo, estaban en aquella operación de Terra Mítica, cuya ruina no resulta una sorpresa para nadie. El asunto sigue siendo oscuro, pues aún hoy apenas sabemos el dinero público que se invirtió en esa sorprendente empresa y qué provecho, económico o social, logró generar para la Comunidad Valenciana. Que yo sepa, no se han hecho muchos balances para conocer los resultados concretos obtenidos a partir de las inversiones realizadas.

Con el president Camps la gestión se ha empañado definitivamente, por el asunto de los trajes y por todo lo que ha salido a la luz después: las amistades interesadas, los contratos bajo sospecha, los regalos que debían haberse evitado, la ostensible desatención a la gestión de un político que vemos más preocupado de su imagen que de los problemas de gobierno. Y todo ello adobado por la pertinaz negativa a rendir cuentas -ni al parlamento ni a los ciudadanos- con respecto a los gastos sobre los que se sospecha con fundamento. Si todo está bien, como se dice, no se entiende por qué las cuentas no son transparentes. Hay distintos lugares en que sería fácil presentarlas: colocadas en esas mismas páginas de la web en que se cuelga la propaganda o expuestas en las ruedas de prensa en las que se tiene por norma negar las preguntas.

Es ese el modelo de transparencia a la que nos hemos acostumbrado los ciudadanos de a pie, con respecto a esta política de grandes eventos, que se justifica porque hemos puesto a Valencia en el mapa, a partir de lo que se ha creado mucha riqueza, se ha disparado el turismo ¡Y qué sé yo cuantos beneficios más! Aunque me gustaría tener alguna información fiable sobre dónde se han creado tales beneficios o en qué lugar se nota este progreso.

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Es sabido que cuando la propaganda domina sobre la información seria y demostrativa que deberían hacer los técnicos, si se les dejara, los gestores se columpian: su despreocupación por la eficacia de la gestión alimenta la desconfianza de los ciudadanos que se sienten incómodos ante un repetido cuento de la lechera. ¿Cómo se puede confiar en alguien que trafica con datos maquillados o falsos como yo misma he visto hacer, sin ningún sonrojo, a una consellera del actual Gobierno?

El lugar en que debía reinar la transparencia se ha sustituido por poner mala cara a quien pregunta, reforzando el gesto con un latiguillo hueco, a sabiendas de que así se llega en alta velocidad a la bronca política. Poco importa si los ciudadanos empiezan desconfiando de los partidos y terminan por desinteresarse por la "cosa pública". Posiblemente sea eso lo que estén buscando. ¡Sin esperanza, pues!

Sin esperanza, al no ver por ninguna parte los resultados de las grandes inversiones que el gobierno aseguró iban a servir para crear más riqueza. Al percatarnos de que no hay dinero para pagar los bienes y servicios públicos que más se necesitan para sostener la salud o la calidad de la vida cotidiana, al ver cómo se ahondan las exclusiones sociales y se daña la convivencia y finalmente al sufrir el peso de la insoportable corrupción que nos envuelve.

Por todo ello nos manifestamos en las calles de Valencia con convencimiento: porque sabemos que las cosas no van bien en la Comunidad Valenciana y nadie quiere asumir responsabilidades. Por nosotros: para que no se olvide lo mejor de la democracia y la necesidad que tenemos de conservar la confianza y el respeto por un modelo de convivencia en que nos gusta vivir.

Isabel Morant es profesora de Historia de la Universitat de València

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