Los hunos de Camps
"Solo una concepción de la democracia vacía, entendida como mera forma de consecución del poder a través de una mayoría electoral, puede eludir el contenido ético que la propia democracia conlleva". Así de lindo y transparente se redactaba el código ético del Partido Popular cuando Aznar dirigía la orquesta en la oposición y los gobiernos de Felipe González tocaban su fin. Eso fue hace 18 años, ayer como quien dice, e iba más allá el precioso manifiesto cuando, para atajar los males endémicos que flotaban en la joven democracia hispánica, hablaba a los miembros del partido conservador de que "más allá de la norma jurídica está el compromiso ético de la honestidad", y de la "autoexigencia" que los militantes y cargos del partido debían hacer de la misma. Por no citar las alusiones a la transparencia, eficacia y austeridad de las que la clase política conservadora tenía que ser modelo. Hace un par de años el PP, bajo la batuta esta vez de Mariano Rajoy, hacía público un manifiesto en término parecidos. Cualquier ciudadano o ciudadana de Bielorrusia de talante conservador y demócrata, pero que sufre un inaceptable amago de democracia, se ilusionaría con los manifiestos del PP en su modesto apartamento de Minsk. Claro que los rusos blancos viven a relativa distancia de la realidad hispana y valenciana. Y aquí, y especialmente en tierras valencianas, al releer con atención y respeto los manifiestos éticos de nuestros conservadores, la reflexión vuela sobre el poco valor de las maltratadas palabras.
Palabras que son pura estupidez y arrogancia cuando en boca de Francisco Camps se convierten en algo más que menosprecio hacia unos ciudadanos castellonenses que, en La Plana, manifestaban su disconformidad con el cierre de las emisiones de TV3; cierre en el que el autonómico Francisco Camps ha tenido arte y parte. Ignoraba a lo peor que tras el puñado de manifestantes había y hay en estas comarcas valencianas numerosos seguidores de las emisiones del Norte. Pero el jefe de filas del PP valenciano se empeña casi patológicamente en hacer trizas todos los códigos. Porque atónito puede quedarse cualquiera, con un mínimo de racionalidad, si a la hora del almuerzo enchufa la radio y oye a Camps vociferar que quiere más trenes, aeropuertos sin aviones, carreteras, camiones, trenes, autopistas y acémilas para subir al Penyagolosa, sin pensar en la deuda pública. O pasmado cuando la monacal figura de Camps inicia un rosario maniqueo sobre las buenas y malas personas, o sobre el Atila devastador del solar valenciano, que no es otro que Zapatero. Pobre código ético y pobre Atila, cuyos hunos eran pastores y cazadores. Además, Atila fue un rey noble y grande, hablaba con fluidez griego y latín, y protagoniza no pocas sagas nórdicas, algo que nunca será Zapatero. Y los hunos de Camps no están ni en Madrid ni en el PSOE, sino en el solar valenciano, arrasando el paisaje costero, especulando de lo lindo. O metiendo mano de forma opaca, al parecer, en los presupuestos autonómicos de todos.
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