Valor de soldado
Desde pequeño le gustaba la acción. "¿Pero a quién no?", pregunta Sebastian Junger (Massachusetts, 1962) sentado en un sofá de cuero negro, con las botas sobre una mesa baja, en una de las salas del Half King, el pub de Chelsea en Nueva York, del que es copropietario junto al también periodista Scott Anderson. Viste vaqueros y una camisa azul, se muestra relajado y cortés y aunque tiene un considerable catarro no ha querido posponer la cita.
A mediados de los noventa, Junger se convirtió en todo un fenómeno editorial con su primer libro, La tormenta perfecta, en el que reconstruía la historia de la tripulación del Andrea Gail, el pesquero de Albacora que quedó atrapado en la tempestad que azotó la Costa Este de Estados Unidos en 1991. La crítica le señaló entonces como un nuevo Hemingway y Hollywood adaptó el relato en el año 2000 en un filme dirigido por Wolfang Petersen y protagonizado por George Clooney y Mark Wahlberg. Con A Death in Belmont, investigó el crimen y la violación de Bessie Goldberg ocurridos en los sesenta en el barrio de Boston donde se crió, y en Fuego recopiló una serie de reportajes realizados en zonas de conflicto, que incluían una entrevista con el líder talibán Massoud. Pero quizá uno de los viajes literarios y personales más osado de cuantos ha emprendido este periodista ha sido el que le ha llevado desde la primera línea del frente de Afganistán a la lista de libros más vendidos de The New York Times con Guerra (Crítica) y, más allá, hasta la alfombra roja de los Oscar con el documental Restrepo, que ha codirigido y está basado en la misma historia.
"Cuando tus mejores amigos han caído delante de ti la idea de una recuperación total es demasiado"
"Un ataque de artillería es como un problema de álgebra y no puedes dejar que la ira se interponga"
En 2007, Junger aterrizó en el valle de Korengal, en las montañas afganas próximas a la frontera de Pakistán, para realizar un reportaje de Vanity Fair, junto al fotógrafo británico Tim Hetherington. Después de cinco viajes a la zona y pasar cerca de medio año empotrado con una compañía del Ejército estadounidense, Junger escribió Guerra en apenas seis meses y pasó casi un año editando, junto a Hetherington, el metraje que habían rodado, y con el que elaboraron su documental nominado a los premios de la Academia. "La idea del libro fue evolucionando poco a poco. En mi segundo viaje a la zona comprendí cómo de importante y tremendamente adictivo es el vínculo que se establece entre los soldados que se encuentran en el frente. Cualquier historia de las muchas que se han escrito sobre la guerra en esencia trata de eso", recuerda. "Los soldados suelen echar mucho de menos ese vínculo tan peculiar cuando regresan a sus casas y esto a los civiles les cuesta mucho entenderlo".
El tema central fue cuajando: una disección periodística del combate. "La objetividad pura no resulta ni remotamente posible y menos en medio de una guerra; establecer lazos afectivos con los hombres que te rodean es el menor de los problemas. Objetividad y honradez no son sinónimos", escribe en Guerra. Junger, licenciado en Antropología, se propuso elaborar una anatomía del valor y atacar este asunto desde múltiples perspectivas con la experiencia directa de los soldados como cuerpo central de la historia. El resultado resulta intenso. En el libro reconstruye sin tapujos cada detalle de la vida en el frente: la tensión, el tedio, la agresividad, el compañerismo y el miedo. "He intentado averiguar cómo alguien llega hasta el punto de arriesgar su vida por otra persona. Cuando se entra en combate el individuo se subyuga al grupo porque esa es la única manera de sobrevivir", explica. "Los civiles básicamente saben de la guerra a través de Hollywood, así que no entienden lo confuso que resulta todo, la mecánica del combate, el procedimiento. Allí no sientes que quienes te disparan te odian. Un ataque de artillería es como un problema de álgebra y no puedes dejar que la ira se interponga. Las emociones afloran después, cuando ya no estás luchando". Junger derriba con prosa clara y contundente tabúes e ideas preconcebidas sin omitir rivalidades, envidias, ni escenas poco gloriosas. "Tengo mucho respeto por los soldados, si hablo de cosas que me hicieron sentir incómodo y las pongo en contexto no pasa nada. Todo el mundo en una circunstancia determinada puede hacer o decir cosas y eso no significa que seas así. Estos tipos matan a gente y pensar que no hacen otras cosas es descabellado, no tratar todo esto sería poco honesto", asegura.
Los cientos de soldados y veteranos que se le han acercado en las muchas lecturas y presentaciones públicas en las que ha participado desde que se publicó el libro han acabado de convencerle: "Muchos me dicen que les he ayudado a entenderse a sí mismos".
Fuera de las cerca de 250 páginas ha dejado los detalles biográficos de los soldados de la compañía Batallay el análisis geopolítico del conflicto. "He tratado esos otros temas en artículos y reportajes sobre Afganistán. En este caso yo quería escribir lo que se siente siendo un soldado que está luchando", afirma el periodista, que también cubrió la guerra de Bosnia, el conflicto en Liberia y la guerra de los talibanes en los noventa. Esta vez la discusión política escapaba los márgenes de su proyecto. "Los soldados no hablaban de eso. En Irak o Vietnam había más discusión en las tropas, pero en este caso se han alistado voluntariamente y la justificación moral de la guerra no está basada en mentiras", afirma. Las consecuencias de estar expuesto al combate, sin embargo, parecen ser las mismas, antes y ahora. El llamado síndrome de estrés postraumático y los problemas de adaptación que sufren los jóvenes que regresan del frente yacen bajo las crudas descripciones de Guerra. "En el frente el problema es que esto anula tu capacidad para luchar", explica. "Este tipo de trauma es ancestral y los humanos responden así a estas situaciones. Se trata de cicatrices que permanecen siempre: la guerra mental nunca se termina. Cuando has perdido a tus mejores amigos y han caído delante de ti cubiertos en sangre, la idea de una recuperación total es demasiado".
Junger conocía el trabajo de Herr y su Despachos de guerra, de Hemingway o de Tim O'Brian, pero en Korengal leyó Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo. "Es, probablemente, el libro más doloroso que jamás he leído", asegura. Con Guerra, decidió estructurar su relato en tres apartados (temer, matar y amar) y no seguir un orden cronológico. "La narración lineal no iba a funcionar porque no había al final una batalla culminante. Durante los cinco primeros meses ocurrieron las cosas más llamativas, luego los soldados aprendieron a combatir y empezaron a matar al enemigo de forma contundente. Al final estaban dando patadas al reloj, listos para irse. Opté por ir más al fondo y hablar de las emociones primarias que se experimentan en la guerra, y explicar así la psicología, la neurología y la antropología del valor". Tampoco quiso incluir Afganistán en el título. "Las experiencias que retrato son eminentemente universales".
www.sebastianjunger.com / www.laguerradehoy.com / restrepothemovie.com
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