Alemania se va
No son los árabes los únicos que están cambiando. El terremoto geopolítico está sacudiendo al entero planeta. El día en que terminen sus réplicas, económicas, energéticas o militares, tendremos un paisaje nuevo con el que no estaremos familiarizados. Todos estamos cambiando, pero el cambio se nota más en los países de mayor peso y consistencia. En Europa este es el caso de Alemania, país al que vemos cada día que pasa cómo se va alejando del corazón de la Unión Europea en el que se hallaba perfecta y cómodamente instalado.
Tiene su lógica. El ancla europea es ahora muy débil y Alemania, en cambio, sigue siendo muy fuerte. El magnetismo ruso, el de su energía sobre todo, pero también de su enorme profundidad territorial o su caudal de materias primas, ejercerá una gran atracción sobre una Europa sin proyecto y cada vez más sin alma. Turquía, con el entorno del Gran Oriente Próximo en pleno viraje, también reclamará su papel en este escenario de declive europeo. No es extraño entonces que quien tiene peso y fuerza, Alemania, resurja también como si fuera uno más de los BRIC (Brasil, Rusia, India, China) con su propio perfil de solista dentro de la destartalada orquesta europea.
El secreto del éxito alemán, después de la derrota en la II Guerra Mundial, radica en el hilo rojo mantenido durante 60 años en sus relaciones con el resto de Europa y del mundo. Se define por su abierta decantación hacia Occidente, reflejada en su integración en la Alianza Atlántica y en sus estrechas relaciones con Washington. Y dentro de Europa, en un sutil equilibrio geométrico con Francia y Reino Unido, un triángulo de gran estabilidad que tiene su base en la reconciliación con los franceses, los enemigos definidos por la geografía y por una rivalidad secular.
Todo esto se halla ahora entre paréntesis, gracias curiosamente a un Gobierno de centroderecha, que en cada una de las últimas jugadas trascendentales de la construcción europea ha entonado una melodía propia y disonante. Ante los ataques al euro, ante la primavera árabe y ante el desastre nuclear de Fukushima, el Gobierno de Angela Merkel ha reaccionado tanteando una vía propia, que la aleja de Washington, la distancia de Londres y París, y suscita más preocupación que interés entre los otros socios europeos.
Así es como pierde fuerza la idea de una Alemania europea defendida por el canciller Helmut Kohl frente al desastre de la Europa alemana del nacionalsocialismo. Y reaparece, en cambio, el fantasma de una alianza con Moscú en detrimento de la Europa renana y atlántica, de la que España forma parte. Todo ello desprende el aroma de un viejo e inquietante perfume alemán, de nombre Sonderweg (camino especial), por el que se buscaba una tercera vía entre el modelo de las débiles democracias occidentales y el del despotismo eslavo.
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