Avatares del interruptor
Vivimos permanentemente conectándonos y desconectándonos. Nos encendemos y nos apagamos en ciclos como el día y la noche, la vigilia y el sueño o el hambre y la gula. Nuestro cerebro es analógico pero los chicos listos han inventado ordenadores que funcionan con unos y ceros, es decir, con un porrón de encendidos y apagados por segundo en cada operación. Para que este baile on-off no pare nunca, necesitamos de un instrumento, no por humilde menos necesario, que es el interruptor. Si queremos iluminar la fachada del Obradoiro, le damos al on; si queremos ahorrar algo en el recibo de la luz, le damos al off. Ahora que el Purgatorio ha caído en desgracia, el Cielo y el Infierno son la imagen ultraterrena de tanto encendido y apagado. En este último, parece que es siempre de noche y a saber cuánta energía hace falta para mantener el fuego eterno en el que se cuecen tantas y tantas almas de pecadores condenadas por haberse pasado cociendo habas en todas partes durante tanto tiempo. Y probablemente en el Paraíso sea siempre de día dada la esencia luminosa del Creador. Aunque la teología moderna no aclara si tanta luz procede de una fuente radiactiva externa o si Dios Padre está hecho de plutonio, Él es el Gran Interruptor: que si un big bang por allí, que si un agujero negro por allá, y así va funcionando este universo on-off del que nosotros somos un pálido reflejo.
Una sentencia obliga a los Franco a conectar el patrimonio robado con su legítimo dueño: el pueblo
Por lo tanto, hay grandes interruptores e interruptores más modestos. La modestia del interruptor doméstico le hace casi invisible a nuestros ojos. Suele durar bastante más que las bombillas que enciende y apaga, ya sean de alto o de bajo consumo, y no sólo está en nuestras casas sino por todas partes. Su capacidad para pasar desapercibido le salva de ser objetivo de la ola higienizante que nos invade. En las zonas de frutas y verduras de las grandes áreas hay a disposición del cliente unos guantes de plástico para poder manipular los alimentos sin que los toquen nuestras manos (aunque, eso sí, mucha gente se pasa los dedos por la lengua para desplegarlos). Pero a nadie se le ocurre utilizarlos para encender o apagar la luz del wc, por ejemplo, como tampoco se le ocurre a nadie ponerlos en un autobús para pulsar el botón que solicita la parada (otro interruptor modesto).
Los grandes interruptores son los que deciden entre la vida y la muerte. Durante sus últimos días, Franco estuvo conectado a un entramado de cables -muy cyberpunk para la época- hasta que se desconectó él solito o le desconectaron para que la fecha de su tránsito coincidiera con la de José Antonio Primo de Rivera. Cuando estaba en plena posesión de sus facultades físicas y mentales (es un decir: no pasó por ninguna facultad), desconectó a mucha gente y aprovechó para desconectar el Pazo de Meirás de su entorno con la sana intención de desconectar él mismo del estrés que le suponía ser el último español en acostarse y el primero en levantarse en el Palacio del Pardo. Ahora, una sentencia judicial obliga a su familia a volver a conectar -aunque sólo en parte- el patrimonio robado con su legítimo dueño: el pueblo gallego. Si levantara la cabeza, se volvería a desconectar a todo filispi o filispín, que de ambas maneras se dice full speed en gallego. El apagón analógico de la televisión y el paso a la TDT no han hecho sino aumentar las horas de programación dedicadas al corazón y la entrepierna: de ahí que sean estos medios los más interesados en esta reconexión tan cutre y de bajo amperaje. Franco hizo poco uso tanto del corazón como de la entrepierna pero de eso se encargó su familia que le salió un poco rana.
Como aquí no hay pena de muerte (es un decir: de aburrimiento también se mata) nos pilla un poco lejano el interruptor que inventó Edison para la silla eléctrica; y muy difícil resulta encontrar el interruptor que haga saltar de la silla de su despacho a más de uno. A cambio tenemos el Gran Apagón -el apagón final, el blackout- que nos desconecte definitivamente de todo, aunque tampoco podemos apagar sin pagar (la hipoteca, el entierro...). Habrá que inventar el interruptor que, en vez de on-off, sepa decir "apaga y vámonos".
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