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Columna
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Una polémica arriesgada

Cuanto más insiste Sonia Castedo en asegurar la construcción del Palacio de Congresos, más dudas nos asaltan sobre el futuro de la obra. Días pasados, la alcaldesa de Alicante se reunió con la directiva de Coepa para reiterar su interés en el proyecto, que considera vital para la ciudad. Fue -no cabía esperar otra cosa- una reunión de guante blanco en la que cada parte representó con eficacia su papel. Castedo defendió el plan ante la patronal alicantina, y esta escuchó con educada atención. La misma energía que la alcaldesa empleó en defensa del centro, podía haberla manifestado en asegurar el soterramiento de Conde de Vallellano o el nuevo Palacio de Justicia. Quiero decir que, en este momento, las palabras de Castedo tienen el valor de cualquier promesa electoral, y así debemos entenderlas.

La intervención de Castedo se producía tras los artículos publicados en la prensa discutiendo la oportunidad del Palacio de Congresos. El primero de ellos, lo firmaba el periodista José María Perea. Al escrito de Perea siguió, unos días más tarde, el del director del diario Información, Juan Ramón Gil. La idea central de ambos era, prácticamente, la misma: el Palacio de Congresos ha perdido su razón de ser tras la reciente inauguración del auditorio y las obras de ampliación que realiza la Feria Alicantina. Perea y Gil consideran que el turismo congresual ha cambiado en las últimas décadas, y el espacio que ofrecen las nuevas construcciones es suficiente para las necesidades de Alicante.

No siendo un especialista en cuestiones de turismo, no puedo pronunciarme sobre estos argumentos. Ignoro si el turismo de congresos ha cambiado poco o mucho en los pasados años, ni sé cuáles son las exigencias actuales de este comercio. En todo caso, he podido escuchar numerosas opiniones a favor y en contra del Palacio de Congresos. Las posiciones, como es natural, difieren según quienes las formulen estén más o menos próximas al mundo del turismo. No ve las cosas exactamente igual un hotelero de Benidorm que uno de Alicante. En todo caso, puestos a discutir, quizá hubiera sido más sensato hacerlo sobre la necesidad del auditorio que la del centro de congresos. A poco que se gestione bien, un Palacio de Congresos puede suponer una importante fuente de ingresos para la ciudad. En cambio, no sabemos cuánto le costará a Alicante mantener el auditorio -ni, mucho menos, qué piensa programar-.

En este asunto hay una cuestión de la mayor importancia que hemos obviado. Me refiero a la repercusión que sobre el ánimo del alicantino tendría la decisión de no construir el Palacio de Congresos. Convendría prestar a este punto el máximo interés. Las ciudades deben gobernarse, claro esta, desde la racionalidad, pero precisan algo más que razones para avanzar; de otro modo, se estancan. Las ciudades necesitan un sueño, una ilusión, un proyecto que las mueva y las impulse. No sé si el Palacio de Congresos representa exactamente esa idea para Alicante, en la actualidad. Tras 20 años de discusiones, polémicas y juicios, es muy probable que la imagen haya quedado deteriorada. Pese a ello, estoy convencido que, de no construirlo, el sentimiento de fracaso y de impotencia sería muy acusado en la ciudad y afectaría a su futuro.

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