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Columna
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Perdón por robar

Cuando te roban, te vuelves pequeño otra vez y se te llena el armario de monstruos. No importa lo que te roben, eso da igual. Si los ladrones te entran en casa es más grave; los monstruos son más grandes y tienen más pelo. Pero sólo con que te roben el móvil por la calle ya tienes garantizados uno o dos monstruos normalitos, de tamaño estándar. Te vuelves asustadizo y suspicaz durante más o menos tiempo y te agotas haciendo conjeturas inútiles, pero inevitables, sobre cómo y cuándo te han robado. Como si eso sirviera para echar marcha atrás en el tiempo y recuperar lo perdido. Hay algo infantil en todos nosotros que se resiste a aceptar que lo que antes estaba ya no está. Y punto.

También te cabreas, claro. La impotencia es difícil de gestionar y casi siempre acaba en cabreo. Le pones cara al ladrón y descargas toda la ira sobre esa cara inventada. Le inventas también un pasado turbio y lleno de errores y le adjudicas un temperamento malo, malo. Tu ladrón está solo, no tiene amigos porque no se los merece, sólo faltaba. Como mucho, tiene cómplices. Y, gracias a toda esta parafernalia psicológica, vas vaciando poco a poco el armario de monstruos otra vez. Y así vamos funcionando. Hasta ahora.

El otro día le robaron la cartera a un amigo en una tienda de ropa. Alguien le metió la mano en el bolsillo del abrigo y si te he visto, ya se sabe. Tarjetas, documentos y una buena suma de dinero en metálico. Por supuesto, puso la denuncia pertinente. Contra todo pronóstico, unos días después recibió una llamada de la Policía. Su cartera había aparecido. Del dinero, ni rastro, claro. "Algún alma caritativa ha entregado tu cartera, qué suerte", le dije. "No, la ha devuelto el ladrón", respondió. "La ha devuelto con una nota de disculpa". Alucina, vecina.

Por lo visto, de un tiempo a esta parte ha aparecido un nuevo tipo de ladrón. Tiene remordimientos y no quiere causar más molestias de las estrictamente necesarias. Por eso, para facilitar la devolución de la cartera, deja una nota aclarando dónde la sustrajo y pide disculpas por haber tenido que robar el dinero. Luego, tira la cartera en un buzón. Son los hijos de la crisis, o eso al menos es lo que le explicó a mi amigo la mujer policía que le entregó la cartera. Él, claro, se quedó muy contrariado, porque necesitaba el cabreo, la impotencia y la suspicacia para, con ese engranaje perfecto, sacar a los monstruos de su armario. Pero no pudo hacerlo. Ahora, con este golpe de efecto de la crisis, entran en juego también la lástima y la culpa. Y así, con tanto sentimiento encontrado, los monstruos, que son muy listos, aprovechan y se atrincheran en nuestros armarios. Y a ver quién los mueve de ahí.

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