Cócteles en una lámpara
The Cosmopolitan, un hotel 'boutique' que rompe con la moda de los alojamientos-pastiche en Las Vegas
Qué es posible añadirle a una ciudad que ya tiene 145.000 habitaciones de hotel? ¿Con qué se puede sorprender en un destino que ya tiene casinos que imitan a la Roma imperial, que ostentan pirámides y canales venecianos y que han reconstruido la torre Eiffel y la pirámide de Giza? La solución: algo totalmente diferente de lo que hubiera antes. El nuevo hotel The Cosmopolitan, abierto en enero en pleno bulevar de Las Vegas, se ha convertido en una atracción en sí mismo por la vía de la sorpresa. Es un inmenso hotel boutique de dos torres de 50 plantas, con interiores diseñados por el talentoso David Rockwell y con unas añadiduras que eclipsan todo lo que es y ha sido la capital mundial del juego hasta ahora.
Durante décadas, desde que en 1946 el gánster Bugsy Siegel decidiera usar el dinero de la mafia para construir el casino Flamingo (en diciembre próximo se abrirá en la ciudad un museo dedicado a la mafia), Las Vegas ha sido una disparatada antología de los excesos que no se permiten en otras ciudades. Ya lo dice el lema: lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas. Mucho de lo que se queda es, en realidad, dinero. El juego es una parte crucial de la economía de la ciudad. Lo ha sido menos, es cierto, en las últimas dos décadas, desde que el magnate Steve Wynn decidió apostar por los hoteles con miles de habitaciones y grandes reclamos de cartón piedra al estilo de los parques de atracciones. Entonces Las Vegas comenzó a ser menos Gomorra y más Disneylandia.
Desde que Wynn abrió el casino Mirage, en 1989, con un volcán a sus puertas y delfines nadando en las fuentes de sus jardines, los hoteles de Las Vegas se han convertido en un gran parque temático. Hasta el punto de que los casinos antiguos -los de ruletas, mesas de apuestas y tragaperras sin más- han quedado relegados a los aledaños de la calle Fremont, al norte de donde ahora se encuentra toda la acción, en una especie de museo viviente de lo que Las Vegas fue y ya no será. El Cosmopolitan ha llevado esa tendencia hacia un nuevo nivel, dándole al celebérrimo bulevar de la ciudad algo que no tenía hasta la fecha: autenticidad.
Un claro desafío
Todos los casinos de Las Vegas, hasta los más lujosos, son imitaciones de algo. El Bellagio imita una villa de la Toscana, con fuentes que bailan al ritmo de música de Frank Sinatra; el Madalay Bay evoca las costas del sureste asiático; Treasure Island es un barco pirata. El nuevo Cosmopolitan, por el contrario, no imita nada. Es más, en un claro desafío a lo que Las Vegas es y representa, da paso a su casino tras una monumental lámpara de tres pisos y dos millones de cuentas de vidrio. Sus gerentes han dotado al hotel de una serie de detalles novedosos en esta avenida de neones, crupieres y limusinas.
La exageración y la monumentalidad en las proporciones sigue siendo lo que caracteriza a Las Vegas, pero en el caso de este hotel, la atención por el detalle es más refinada y urbana. Dentro de la lámpara diseñada por David Rockwell hay una coctelería y un lounge amenizado por un pinchadiscos. Un piso más arriba, el cocinero español José Andrés ha abierto un restaurante español en el que cocina paellas con leña de naranjo con ingredientes importados de Valencia. Oculto tras un pasillo, y abierto hasta altas horas de la madrugada, hay un local que sirve porciones de pizza por dos euros, diseñado a imagen y semejanza de los antros abiertos hasta altas horas de la madrugada en Manhattan. No hay indicaciones, el viajero debe saber dónde está para poder visitarlo.
El hotel se erige como homenaje al arte moderno y el diseño. Jóvenes pintores y escultores de todo el mundo han decorado sus pasillos y recibidores. El viajero puede encontrarse, en una esquina, con una antigua máquina de tabaco restaurada donde en lugar de cigarrillos se venden cajetillas con algún elemento artístico por tres euros, una iniciativa del artista Clark Whittington. O puede disfrutar de un logrado combinado cosmopolitan en la coctelería Vesper, nombrada en honor de la primera chica Bond, protagonista de la novela Casino Royale, y con un diseño que quiere imitar a la falda de Alicia, cayendo por un agujero, dentro del país de las maravillas.
Entrar en el hotel es una experiencia semejante a la de Alicia: el viajero cae por un túnel a una versión alimentada con anabolizantes de la serie televisiva Sexo en Nueva York. En cuanto a experiencia cinematográfica, el Cosmopolitan está más cerca de esa estirpe de seriales donde prima el diseño, el lujo, el glamour, los encuentros casuales y la despreocupación que la propia isla de Manhattan. Por supuesto, hay también un casino abierto permanentemente, pero de menores dimensiones y mucho menos agresivo en su diseño que los de los hoteles circundantes.
El detalle que corona el Cosmopolitan son las habitaciones. En principio, estas dos torres iban a ser, en gran parte, viviendas. La crisis económica de 2008 obligó a los promotores iniciales a venderle el proyecto a Deutsche Bank, que optó por convertirlo en un hotel de 3.000 habitaciones. El tamaño de las habitaciones se mantuvo: lo que aquí pasa por una habitación normal es una suite en cualquier otro establecimiento. Casi todas tienen balcón, con vistas a las fuentes del Bellagio y la torre Eiffel del París. Su diseño es también de David Rockwell, con un toque retro y cosmopolita, haciendo honor al nombre del hotel.
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