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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una novela vertiginosa

Entre los detalles que nos indican el lugar y el tiempo en la última novela de Horacio Castellanos Moya se encuentra el asesinato del político democristiano Mario Zamora Rivas, muerto el 23 de febrero de 1980 a manos de un escuadrón de la muerte. En el libro, mientras algunos militares almuerzan en la cantina, el televisor anuncia el crimen y la llegada de una comisión internacional a El Salvador para investigarlo. Al oír la noticia un comensal pregunta: "¿Quién le habrá dado matacán a ese comunista? Porque nosotros no fuimos", y su compañero le responde: "El capitán cree que estamos infiltrados". Estas dos frases resumen el clima de insensibilidad, confusión y sospecha que reinaba por entonces en el país centroamericano. También retratan el universo en que se desenvuelven María Elena y el Vikingo, los personajes principales de esta novela coral.

La sirvienta y el luchador

Horacio Castellanos Moya

Tusquets. Barcelona, 2011

267 páginas. 18 euros

La sirvienta y el luchador narra las peripecias de ambos cuando vuelven a encontrarse en circunstancias extremas después de muchos años. El Vikingo, una antigua figura de la lucha libre reconvertido en policía y que se encuentra gravemente enfermo, participa con su escuadrón en el secuestro de una pareja de jóvenes. Al día siguiente, cuando María Elena acuda a limpiar la casa de los desaparecidos y se dé cuenta del suceso, buscará al viejo luchador para que la ayude a salvarlos. Si ella representa la impotencia de una persona vieja y pacífica, él refleja el embrutecimiento de un hombre simple y bruto que, no obstante, es capaz de culparla por no haberlo redimido con su amor. Sin embargo, el pasado que comparten sirve fundamentalmente para tramar la dura historia de cómo van cayendo una a una las esperanzas de todos los personajes salvo, quizá, la del joven y revolucionario nieto de María Elena, cuyas esperanzas son de destrucción y muerte. A su vez, la enfermedad terminal del luchador podría interpretarse como esa agonía sin fin que supone la perpetuación de la violencia. La podredumbre de su cuerpo, en la que se insiste constantemente, se correspondería con la que se ha infiltrado en el país, ramificándose en una densa maraña de pasiones e intereses sociales, familiares y políticos cuya principal consecuencia es el temor. Acierta Castellanos Moya con ese final inclemente y algo precipitado que, sin embargo, conviene a una novela vertiginosa, aristada y esencial.

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