Cómo sobrevivir entre escombros
El creole -idioma antillano nacido de la mezcla del francés y de lenguas africanas- tiene en Haití una palabra para definir ese duro oficio que es no tener oficio: degajé. Viven del degajé los hombres que escrutan entre los escombros que dejó el terremoto del 12 de enero 2010, buscando metales que luego venden por peso, o piezas eléctricas, cacharritos que ofertan por las calles. Viven del degajé las mujeres que cocinan pollo y arroz con frijoles en cualquier esquina y ofrecen el plato en cajitas, como almuerzo para llevar. Viven del degajé las dos terceras partes de esa masa uniforme de haitianos que viajan atrapados en las cabinas de las tap-tap, las camionetas que se encargan del transporte público en Puerto Príncipe, que van o regresan de ningún trabajo. No existe una cifra oficial reciente, pero antes del seísmo ya se calculaba que la tasa de desempleo era del 70%, y que más del 80% de la población vivía bajo el umbral de la pobreza.
Al menos tres de cada cuatro haitianos viven del trabajo informal
El desembarco de cientos de ONG ha distorsionado aún más la economía
La vida en la capital es aún más cara que antes del terremoto
También en la década anterior al terremoto se estimaba que el presupuesto nacional de Haití dependía en un 60% de las ayudas humanitarias de gobiernos y donantes extranjeros. Aquí, la renta la paga la caridad y no la suma del trabajo y del capital local, dice Alain Gilles, vicerrector de asuntos académicos de la Universidad Quisqueya. Los únicos negocios que florecen alrededor de este modelo económico son las importaciones, para traer al país todo lo que la isla no produce, especialmente alimentos; las aduanas, que cobran para dejar tales productos, y la banca, que se sostiene con los depósitos del Estado y las remesas de los expatriados.
El desembarco de cientos de organizaciones no gubernamentales más de las que ya estaban en Haití antes del terremoto, con sus viáticos en dólares, ha distorsionado aún más la economía de la isla. La inflación se ha disparado y Puerto Príncipe se ha convertido en una ciudad aún más cara después del terremoto. Solo el precio de los alquileres ha aumentado hasta una tercera parte: si una familia pagaba 80.000 gourdes (2.000 dólares estadounidenses) por la renta de una casa de un cuarto, sala y cocina, la renta ha aumentado a 120.000. Y mucha gente de clase media ha preferido mudarse a un lugar más pequeño para alquilar sus casas a los voluntarios de las ONG y cobrar una renta fija en dólares.
"¿Adónde crees que va toda esa gente que abarrota las calles? A ninguna parte, en realidad. Invierten el día entero en ir a cobrar alguna remesa, o tal vez en buscar agua o comida gratis. Pero no van a ningún lado. Ante la perspectiva de que es posible sobrevivir con las ayudas, los desempleados de las clases más empobrecidas no hacen mayores esfuerzos por buscar un trabajo fijo", dice Gilles.
En cada esquina hay una oficina de Western Union o de CAM, esas agencias que facilitan el envío de bajas cantidades de dinero efectivo desde el extranjero. En medio de las calles hay también cientos de haitianos viviendo del trabajo informal: hay peluqueras, hay especialistas en curar llantas pinchadas, están los que venden ropa estadounidense de segunda mano...
Si degajé significa aquí buscarse la vida, los haitianos, al final del día, la acaban encontrando.
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