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Manel, Manu, Manuel

Rosa Cullell

"Era tan suave como el terciopelo y miedosa como un conejo pequeño". Yo traducía y ella, la amiga manchega, me preguntaba: "¿Estás segura de que poregosa es miedosa? A mí que me suena a perezosa". Pero yo, ni caso. Seguía traduciendo, mientras Eugenia copiaba en castellano, con su perfecta caligrafía redondilla aprendida en las monjas, la letra de conillet de vellut o, en su caso, de conejito de terciopelo. De hecho, era mucho más fan de Joan Manuel Serrat que yo, y lo era en cualquier idioma. Si no entendía algo, me lo preguntaba por carta o se esperaba a verme. Nunca la oí quejarse ni suspirar porque cantara en cristiano. Por entonces, a mí, que vivía en Barcelona, me gustaba Paco Ibáñez y estaba dispuesta a galopar con él hasta enterrarlos a todos en el mar; ella, residente en Madrid, se sabía cada una de las letras del nano.

Rosa Cullell Durante la transición democrática, aprender canciones en otras lenguas, sin entender nada, parecía normal

Hubo una época, la de la transición democrática, en la que aprenderse canciones en otras lenguas, cantar el Txoria txori, de Mikel Laboa, sin entender ni palabra, parecía normal. Por eso me cuesta entender lo que está pasando en este país -y me refiero a España- con la música, con los textos, con los grupos y, sobre todo, con las lenguas. La aparición del segundo disco de Manel, y las respuestas de sus músicos (escuetas, por decirlo de alguna manera) a las preguntas de los periodistas me han vuelto a colocar ante esta extraña y aburrida realidad.

Durante una reciente entrevista al cuarteto de músicos, el periodista exclama:

-"Ya habéis actuado en Madrid".

Ellos, a los que imagino con cara de "a ver cuándo se acaba esto", contestan:

-"Sí, no cambia demasiado... Solo que nos dirigimos al público en otro idioma, como cuando vamos a Inglaterra".

No le habría dado importancia a la respuesta, pero esa misma noche, en la cocina, mi sobrino Alfredo también se asombró: "Fíjate, dicen que tocarán en Madrid... no sé yo". El chico es vallisoletano, hijo y nieto de castellanos viejos. Sin saber ni una palabra de catalán, se ha empeñado en trasladarse a Cataluña a estudiar publicidad; en seis meses entiende y chapurrea nuestro idioma. Normal, piensan tanto él como sus amigos. Un ejemplo de integración, creemos sus familiares de por aquí. Por eso yo prefería no entrar a ese trapo. Mi sobrino está haciendo un esfuerzo, vive en casa, se porta bien, hace la cama, es buen estudiante, encantador... pero no me pude aguantar. Y le salté a la yugular. "¿Por qué no van a poder cantar en Sevilla o en Madrid? Allí han cantado todos, y en catalán: Raimon, Lluís Llach, Serrat, Antonia Font; los de Sopa de Cabra hasta fueron teloneros de Joe Cocker durante su gira por España".

Pues seguía sin verlo claro. Alfredo, que lleva días ensayando aquello de "Jo sóc de Valladolid, i m'ha costat Déu i ajuda arribar fins aquí", para cantarlo en el escenario del Romea durante el próximo concierto de Manel, recelaba del recibimiento fuera de las fronteras del principado. Que sí, que son muy buenos, pero que el catalán no es el inglés, que no es lo mismo, que es distinto. Tomé aire y le conté cómo Serrat había recorrido Latinoamérica cantando en este idioma hablado por siete millones de personas; también le expliqué los éxitos de Lluís Llach en el Olympia de París... La música bien interpretada es pura emoción, me desgañité, ni siquiera necesita palabras. Me miraba con ojos de cordero degollado, sin decir ni mu. Soy su patrona, hay que entenderlo. Sin embargo, mientras salía por la puerta, bandeja en mano, murmuró: "Eso sería antes, en aquellas épocas vuestras, pero ahora, en Valladolid y en catalán, no lo veo, tía, no lo veo". Seguí sermoneándole sobre el daño que nos han hecho los que utilizan las lenguas como armas arrojadizas, los partidos que cazan votos boicoteando productos fabricados en Cataluña... Los unos y los otros. Y, agotados de discutir sobre quiénes eran peores -sus talibanes o los míos-, decidimos dejarlo.

Puede que Manel, y sus cuatro callados músicos vestidos de marrón, formen parte de un espejismo. Quizá es un milagro que un grupo de folk-pop catalán sea número uno en España. Pero su segundo disco se ha colocado en el primer lugar de iTunes. Y en algo tenemos que creer. Nos ha costado Dios y ayuda llegar hasta aquí.

Rosa Cullell es periodista.

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