Cigüeñas fuera y un bebé dentro
El colegio de Málaga, joya barroca de Alcalá, cumple 400 años
Las torres tienen todo lo que tienen que tener una torre barroca. Sus agujas de pizarra están rematadas por una bola, una veleta y una cruz. Por tener, tienen hasta cigüeñas anidadas en sus bases. "Los torreones del colegio de Málaga son excepcionales, le dan una grandiosidad, un aire noble y severo, que se ha conservado intacto hasta nuestros días", dice Luis Miguel Gutiérrez Torrecilla, académico y autor de un libro que narra la historia del edificio fundado hace 400 años en Alcalá de Henares.
Lo mandó construir Don Juan Alonso de Moscoso en 1611 como colegio de San Ciriaco y Santa Paula, pero se conoce como "de Málaga" porque el señor era arzobispo de la ciudad andaluza. Las obras empezaron años más tarde, con el arzobispo ya muerto. Su obra pía: un colegio menor para dar alojamiento y manutención a estudiantes pobres. Después el edificio fue asilo de mujeres y colegio benéfico para adolescentes y ahora aloja la Facultad de Filosofía. Por fuera, conserva todos sus rasgos barrocos: su cuidada fábrica de ladrillo ritmada con cajones de mampostería de piedra, su imposta cincelada con una leyenda en latín. Por dentro, los distintos usos y dos grandes ampliaciones de los siglos XIX y XX lo han transformado todo. Y lo que queda está tan cambiado...
Queda por ejemplo la magnífica escalera imperial. Sobre ella hay una cúpula elíptica gallonada (con gajos), decorada en origen con unos motivos geométricos. Pintado encima hay un feto gigante. Está enroscado en la linterna de la bóveda que le sirve de bolsa amniótica y se chupa el dedo como si no midiese 15 metros. Es un fresco de José María Larrondo pintado en 1997 durante la última rehabilitación del edificio. "Yo soy historiador, ahí no me meto", dice Gutiérrez Torrecilla negándose con diplomacia a dar su opinión sobre la obra, titulada Bóveda celeste: el sentido de la vida. Los ingleses dicen que hay un elefante en la habitación cuando se ignora algo evidente y espinoso. Este feto con elefantiasis despertó un gran revuelo en su momento. Fue encargado por el rectorado de la universidad, pero un grupo de catedráticos puso el grito en el cielo y lo denunció a Patrimonio por considerar la atrevida intervención en la bóveda del XVII como "fraudulenta" y "aberrante". Pero el bebé resistió los envites.
Recorriendo los pasillos de la actual facultad, el historiador prefiere hablar de cómo era la vida universitaria hace cuatro siglos. "Totalmente distinta: muy rígida con muchas horas de estudio y misa diaria, por la noche se cerraba el colegio y, por supuesto, las mujeres no estaban admitidas". La idea original de becar solo a estudiantes pobres fue degenerando con el tiempo víctima del clientelismo, pero los colegios (la calle del edificio se llama así porque hubo hasta 20) siempre mantuvieron un fuerte espíritu de comunidad autogobernada. Tenían su propio rector y hasta un uniforme, un manto pardo con beca, la prenda que, a modo de estola sobre los hombros, ya solo se ve en las fiestas de graduación y en los tunos. Para estudiar en una de las cuatro facultades de Alcalá había que saber latín, literalmente, porque era en lo que se daba en clase. Existía una fuerte jerarquía y una "capilla" que tomaba decisiones que eran secretas. Los becarios, que tenían barbero, lavandera, panadero y criados, lo eran durante nueve años y se financiaban con las rentas de las tierras que les cedió el fundador. "A lo largo del XVIII fueron dilapidando el patrimonio con lujos y excesos", explica el profesor, "a lo que hay que añadir el carácter impulsivo de los estudiantes que con peleas, entre ellos y con los vecinos, y novatadas no contribuían al espíritu comunitario". Suerte que la universidad tenía entonces alguaciles, jurisprudencia y cárcel propias, donde las penas eran más laxas.
En uno de los patios del colegio queda de aquella época una fuente decorada con una cabeza de león. En su boca abierta se supone que había que meter la mano como prueba de fidelidad (a lo Vacaciones en Roma). Si uno era infiel, el león mordía. "Leyendas...", suspira el historiador, "cada ciudad europea tiene una parecida".
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