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EL CHARCO | FÚTBOL | Internacional
Columna
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Wenger, ideas y adaptaciones

En la vuelta de los cuartos de final de la Champions del año pasado, el Arsenal planteó un partido abierto. Parecía claro, en un enfrentamiento entre dos equipos que se expresan con ideas futbolísticas similares, que se impondría aquel que dominara en la posesión del balón. El Barcelona acaparó el protagonismo y aprovechó cada espacio con maestría para imponer su superioridad de manera aplastante: 4-1.

Desde hace muchos años, el Arsenal se expresa a través del balón. Sin embargo, esta versión del Barcelona ejerce la tiranía de la posesión. No le presta el balón a nadie, salvo para que vuelva a sacar del medio. Arsène Wenger no solo lo sabe, sino que también lo sufrió en carne propia.

El Barça desnaturaliza a los rivales que pretenden imitarlo y a los que se atrincheran los arrincona hasta ahogarlos

¿Cómo hacer, entonces, para mantener la identidad si me despojan del elemento que me define? Este pareció ser el acertijo que tuvo que resolver el entrenador francés la semana pasada. Ante la titánica labor de superar al Barça en su casa y con el peso de la experiencia del año precedente, la mirada de Wenger se alejó de lo conceptual para centrarse en lo táctico: asumiendo que no tendría el control del balón y con el sufrimiento a cuestas del pasado reciente, intentando adaptar su libreto.

Más allá de la evidente cautela, Wenger optó por los creativos y plantó de entrada a tres futbolistas ofensivos de calidad (Van Persie, Rosicky y Nasri), sostenidos por tres medios y una línea de cuatro defensas. El proyecto no era descabellado: exigir a los extremos atención con las incursiones de los laterales e intentar mantener una línea defensiva alta. Una vez recuperado el balón, encontrar a Nasri y Rosicky para hacer retroceder al Barça.

Pero el Barça no solo no cedió jamás la posesión del balón, sino que las pocas veces que lo hizo lo recuperó antes de que el Arsenal pudiera siquiera pensar en desplegarse. Así, los talentosos extremos del equipo inglés, en un laborioso intento por frenar las subidas de los laterales rivales, jugaron ellos mismos de laterales, desgastándose casi todo el partido y formando una populosa línea de seis defensores.

Se hizo evidente la dificultad del Arsenal para asumir un papel secundario al que no está habituado. Un equipo acostumbrado a jugar desplegado y tener la posesión del balón intentó hacerlo replegado y sin él. Las veces que lo recuperó fue presionado cerca de su área y pretendió escapar a esa marea con toques demasiado cortos y sin mecanismos visibles de desahogo. Más allá de la buena labor de la aceitada línea defensiva, el plan naufragó.

El Barça, en su actual superioridad, desnaturaliza a los rivales que pretenden imitarlo y a los que se atrincheran los arrincona hasta ahogarlos.

El Arsenal no perderá su esencia por plantear un partido de una forma diferente a la que nos acostumbra. Tampoco lo hará por intentar eventualmente adaptarse a situaciones especiales. Por el contrario, los sistemas -y las ideas- se nutren y se perfeccionan en el ejercicio de la diversidad. Perdió el año pasado con un planteamiento más abierto y lo volvió a hacer este año con uno más cerrado.

Esto demuestra dos cosas: que el Barcelona es mejor equipo y que Arsène Wenger no es un loco.

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