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ANÁLISIS
Columna
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Los polémicos 110 km/hora

Leo con sorpresa que una mayoría de ciudadanos se ha manifestado en contra de la medida que prohíbe la circulación en coche a más de 110 km/h. Me pregunto si los que manifiestan su disconformidad son los que habitualmente acompasan su velocidad en la conducción a las señalizaciones de las autopistas y carreteras o si, en esta mayoría, dominan los que ante una señal de limitación de 80 o 60km/h se indignan cuando el coche que va delante acata la norma y, de rebote, se la hacen cumplir también a ellos. No lo sé.

Confieso que a mí la limitación de velocidad no me ha molestado. Mi primera reacción fue pensar que ya era hora de que el Gobierno lanzara una señal hacia todos los usuarios de coches que sirviera para concienciarnos, cuanto antes, de que el impacto de la subida en los precios del petróleo nos iba a afectar de forma severa. Ya lo está haciendo a través del aumento en el precio de los combustibles, pero, si la incertidumbre acerca de lo que vaya a ocurrir en este mercado continúa, no sólo tendremos que acostumbrarnos a pagar más y ser incentivados a consumir menos energía, sino que también podemos enfrentarnos a regulaciones que nos obliguen a conducir de forma más eficiente desde el punto de vista energético. Frente a quien argumenta que el ahorro que se vaya a producir por la medida es prácticamente irrisorio puede contraargumentarse que el cambio de paradigma energético, al que la sociedad se enfrenta de forma ineludible, impone un cambio de cultura del que la reducción en los límites máximos de velocidad no es más que un componente. Habrá muchos más, y prueba de ello es que la medida ha venido acompañada de otras que, según las previsiones, inducirán un ahorro en el consumo de petróleo en España de 28,6 millones de barriles por año. Es posible que el Gobierno no acierte en sus previsiones, y es seguro que el conjunto de medidas, que para muchos han sido improvisadas, se muestren insuficientes, pero también es evidente que la llamada de atención puede venirnos bien aunque no baste. La considero como un elemento más que nos obligará a enfrentarnos al cambio cultural que precisamos con urgencia.

La llamada de atención puede venirnos bien aunque no baste

Los que se han manifestado en contra de la medida quizá consideren, como lo harían por otro lado muchos economistas, que es mejor actuar vía precios que vía cantidades y que, por tanto, el Gobierno en lugar de imponer límites a la velocidad máxima debiera haber actuado dejando que el precio de la gasolina reflejará el verdadero coste que su utilización ocasiona. De hecho, una de las lecciones que aprendimos de anteriores shocks petrolíferos, (quizá recuerden el de 1973, los de 1979-80, y el de 1990) fue precisamente que el hecho de no reflejar el verdadero coste del petróleo sobre el precio de los combustibles fue un error de calado. Lo único que consiguió fue retrasar los necesarios ajustes que la economía tenía que emprender.

Este argumento es un "clásico" en teoría económica con el que es imposible estar en desacuerdo aunque puede requerir matizaciones. ¿Hubiéramos preferido un aumento todavía mayor en el precio de la gasolina, con el consiguiente efecto en la inflación y lo que ello conlleva? Difícil pregunta. Por eso, esta vez, puede que el Gobierno haya elegido bien el instrumento de política, controlando la velocidad en lugar de únicamente aumentar el precio de la gasolina. Daré tres razones que sustentan esta opinión. La primera tiene que ver con los argumentos de equidad que se ponen encima de la mesa siempre que una acción política se ejecuta a través de incrementos en precios. Se contraataca, y con razón, que la medida es discriminatoria, perjudica más a los que menor renta tienen, a no ser que la mayor recaudación fiscal se utilice (lo que nunca se hace) para compensar a los afectados con menores niveles de renta. En esta ocasión, la política elegida por el Gobierno no tiene este efecto secundario. Una segunda razón es que la medida obliga o impulsa en la dirección de conseguir una mayor eficiencia energética. Si por kilómetro recorrido conseguimos reducir, aunque sea un poco, el nivel de energía utilizado estaremos caminando en la buena dirección. Y la tercera, tiene que ver con el ahorro agregado y la inelasticidad de la demanda de gasolina. Un aumento en el precio de este producto puede conseguir una disminución en el uso total de combustible, pero este ahorro se consigue con aumentos tan espectaculares en el precio por unidad, que, francamente, la actuación vía limitación de cantidad aparece como más eficaz en este caso. La inelasticidad de la demanda ante el precio es un hecho verificado.

Al margen de estos argumentos puramente económicos encuentro otros más generales. El de la seguridad en la conducción es sin duda uno de ellos (si podemos evitar aunque sea sólo la perdida de una vida merece la pena intentarlo). El de empezar a empaparnos de la noción de escasez y de la cultura del no despilfarro de recursos naturales que hay que gestionar con verdadero mimo es otro sumamente importante, y, por último, considero que el cambio de paradigma energético no es sólo un concepto etéreo y evanescente sino algo concreto e imprescindible para hacer frente al cambio climático. Son razones o argumentos no sé si definitivos, pero sí fundamentales.

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