El mitin
Ahora los socialistas quieren acabar con el mitin de Vistalegre. Es una buena idea. Podían aprovechar para popularizarlo: fuera mítines; vamos a hablar en lugar de dar mítines. ¿Lo harían?
No lo harán. Les gustan los mítines, esta manera de decir lo que ya se sabe que se va a decir. Los socialistas, los comunistas, los populares... Todo el mundo sabe qué va a decir todo el mundo. Si hubiera sorpresas saldrían en otro sitio de los telediarios.
Pero, por algo se empieza; se empieza acabando con el mitin de Vistalegre y se terminan haciendo campañas interesantes.
He estado en pocos mítines, lo cual convierte en una arrogancia todo lo que acabo de decir sobre la inutilidad de los mítines.
Dicho esto, no cabe duda alguna de que no es necesario tener mucha experiencia en los mítines para tener una idea de su utilidad.
Sirven para que salgan los políticos hablando en los telediarios y en otros informativos. Lo que dicen son parlamentos preparados para que salgan en la televisión. Es una hipocresía: juntan a miles de personas, convencidas ya de la idoneidad de las propuestas que van a escuchar. A veces van en autobuses fletados para la ocasión; reciben un avituallamiento adecuado, con el cual perviven esa tarde a la espera de que los políticos de turno les hagan alegres los oídos diciendo cosas que les llenan de fervor, algo que ya llevaban dentro, por otra parte.
Porque es notorio que a los mítines acuden los fieles, elegidos de acuerdo con sus fidelidades al ideario que va a proclamarse. Los más fieles se sitúan en las primeras filas, pues ya han pagado sus cuotas, y los que aún están haciendo méritos, los militantes de base, se colocan en el gallinero, a formarse. Creen formarse, en realidad, porque lo que escuchan ya lo sabían. Les sirve de recordatorio, en todo caso, y les alegra la vida. "He estado en el mitin; han dicho lo que yo pienso". Así se jactan al volver a la plaza del pueblo, o al bar de la ciudad, o a la soledad de su conciencia. "Pienso lo adecuado, luego existo".
En un mitin de Las Palmas estuve escuchando a José Luis Rodríguez Zapatero en las últimas elecciones generales. Y en Málaga escuché a Mariano Rajoy. La parafernalia se parece, en un sitio y en otro, ante un líder y otro. Los de Zapatero son más sencillos, es su tradición; los de Rajoy son más compactos; se ve hasta en la música. La del PSOE se ha aligerado mucho; la del PP es más poderosa, algo más turbulenta. Lo que se dice arriba, generalmente, es un fuego cruzado: el fervor de los socialistas va contra el PP, y viceversa. Hay muchas banderas, y ya se sabe que las del PSOE son más neutras que las banderas del Partido Popular, que suelen ser más patrióticos de gesto y de símbolos. Lo que sueltan por esa boca siempre está preparado para procurar un titular en los periódicos, pero lo grave, lo que de veras pesa, es lo que tienen que decir para los telediarios. Y dicen lugares comunes; de eso se trata.
El líder cambia el tono de voz cuando le avisan de que lo que dice a continuación es ya para el telediario. Todo un mitin para cambiar el tono de voz durante un minuto. Demasiado para Gálvez, que diría Jorge Martínez Reverte.
Así que me parece bien lo de Vistalegre, qué quieren que les diga.
- jcruz@elpais.es
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