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Columna
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Los nuevos terroristas

De vez en cuando los periodistas tenemos a bien dar alguna noticia positiva, de esas que te alegran el día, no la vida porque para eso hacen falta más noticias positivas de las que ninguno de nosotros somos capaces de dar. Cuando digo una noticia positiva no me refiero a una noticia banal, porque esas, precisamente, son el number one de eso que algunos llaman "otra forma de hacer periodismo" y algunos pensamos que es "una forma de matar el periodismo". Digamos que en esa categoría Belén Esteban sería la catedrática y un tal Jorge Javier su ayudante de cátedra.

Mientras el periodismo dure, yo le llamo noticia positiva a la información que asegura que muchos amenazados por ETA han pedido que les retiren la escolta tras la tregua decidida por la banda armada. Una buena noticia que va más allá del debate político. Significa que una serie de ciudadanos recuperan el placer de la soledad para su vida cotidiana, para sus paseos, para sus desplazamientos, incluso para sus travesuras. Es algo así como salir de la UCI de la vida. Adiós a los cuidados intensivos aunque, desgraciadamente, no sabemos todavía por cuanto tiempo. Todos conocemos el problema. Incluso algunos por partida doble: el del franquismo y el de ETA, que convivieron durante mucho tiempo aunque sea un contrasentido llamarle a eso conVIVIR, cuando se trataba realmente de un sinVIVIR.

Pero la vida, a pesar de la muerte, continúa. Y no hay noticia buena que no lleve en la solapa la contradicción en sí misma. Unos días después, los periodistas avanzamos otra información que no es menos preocupante: ha aumentado el número de mujeres con escolta policial ante la amenaza de sus potenciales asesinos (me niego a llamarles compañeros sentimentales a no ser que entendamos como un sentimiento el asesinato). Son los nuevos terroristas, los que matan por despecho o por placer o por posesión o por costumbre o por vaya usted a saber por qué, pero que producen los mismos efectos: miedo, rabia, injusticia, muerte. Sus siglas no son políticas, sino que muchas veces corresponden a su nombre y dos apellidos. No están organizados ni tienen apoyo social alguno. O quizás sí. El día de la mujer, recientemente celebrado, habrá descubierto a las nuevas generaciones que anteayer, históricamente, en los años 30 las mujeres no podían votar en España. Y que la Iglesia durante mucho tiempo negó que la mujer tuviera alma como si la existencia del alma dependiera del pene o la vagina. O quizás para preservar los puestos de trabajo de esas curias romanas. O que aún exista la ablación de clítoris. O que, volviendo a nuestro pequeño mundo de ricos, a igual trabajo aún no hay igual salario, en función otra vez del pene o la vagina. Todo eso quizás nos está conduciendo a esto. No hemos avanzado tanto como creemos. Y estamos en el siglo XXI.

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