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Columna
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No nos dejes caer, Marcelino

Ya no cabe ninguna duda que estos días de Antroido han vuelto a salir las comparsas disfrazadas de su propia sombra y en el Baile de Máscaras, aunque los más ataviados de Gadafi, era a otro a quién reconocíamos. Estaban estos idus de marzo los payasos más melancólicos que de costumbre, casi como los de Alex de la Iglesia, y muchos ayuntamientos se declararon insolventes para enterrar la sardina, para contratar el sambódromo, para invitar a filloas a sus convecinos. Se acabó la fiesta en el viejo continente y hasta Ronaldinho se fugó a tocar la pandereta a Río, que es dónde mejor baila el colibrí de la lujuria y mejor lucen las plumas de la guerra de los sexos. Si acaso reseñar esos centenares de Anonymous que con sus caretas han adornado alguna que otra kermesse a las puertas de los grandes centros de la danza macabra: el Ritz, el Teatro Real, el Tribunal Supremo...

No sabemos si nos debería caer la cara de vergüenza por debatir sobre conducir a 110 km/h

Poca alegría y menos inteligencia lucen en los salones estos días en que las mimosas en flor han coincidido con la primavera de las listas a las municipales. Si acaso algún sastrecillo valiente o promotor inmobiliario o mesonero de armas tomar fumándose un puro habano y desafiando con sus volutas de humo a esa opinión pública que cada vez (y me incluyo) juega a los dardos en el tablero electrónico del twitter. Ni el waka-waka ni el bunga-bunga sino el rumor de los followers (seguidores).

Misivas de Ruiz Mateos al gran señor de la Banca exclamando "no nos dejes caer Marcelino" que es como decir "Señor porque nos has abandonado". Marcelino en Santillana y Florentino en el cocido de Lalín, que fue grande este año, porque una cosa no falla: el cocido es más completo cuando más se aprieta el cinturón, que lo diga Pérez.

Y Feijóo, que hace tiempo que no hablamos de Feijóo (en un confidencial madrileño le llaman frijolito, traducción libre), ahora con el marrón glacé de las cajas, todo menos dulce, avispero donde los haya, clamando a que algún benefactor de la patria saque de la manga los cuartos para llegar a la fase final de la efemérides que será, hace tiempo lo venimos pregonando, banco de capital multinacional y gaseoso como todo lo que se mueve en el distrito financiero.

Carnaval para todos, incluido aquel modélico gestor del que algunos presumen, Rodrigo Rato que, según consta en documentos del FMI, fue modélico también en llevar a la institución a su Letal Crisis, como un Torrente en 3D, que es lo que tiene este mundo tan cinematográfico de los grandes capitales, pero aquí no pasa nada, como suele ocurrir sino que ahora andan más ufanos si cabe los que nos van a salvar de la quiebra y del colapso siguiendo la vieja receta de otra rebaja en los impuestos y antidepresivos a tutiplén.

Comedia bárbara, señores, comedia bárbara, que decía el gran Don Ramón al que echamos de menos en esta nueva reedición de la Corte de los Milagros. Por paradójico que parezca cuanto más se habla de ahorro desaparecen las cajas de ahorro y detrás, con el culo al aire, quedan esos santos desvestidos con el rostro desvalido y la pústula sangrando.

Por eso más vale animar desde aquí al nuevo movimiento árabe democrático que combate contra las momias faraónicas y nos hace echar de menos aquellos tiempos en que sabíamos dónde estaba instalado el mal y que día encontraríamos la furia para quemar el maleficio. Fuerza y honor a los combatientes de Bengasi contra la tiranía que aquí no sabemos bien si la frivolidad es seguir hablando de una fusión bancaria o se nos debería caer la cara de vergüenza de que el gran debate nacional (aparte del tabaco) sea conducir a 110 por hora por nuestras estupendas autovías.

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