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Crítica:RECITAL DE CANTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un ciclón

La cantante lituana Violeta Urmana se mueve como pez en el agua en los terrenos más resbaladizos. Es, en primer lugar, una cantante de ópera, capaz de hacer frente y salir airosa en los grandes roles verdianos y wagnerianos. Ahí está, sin ir más lejos, su imponente Lady Macbeth el mes pasado en la temporada de ABAO en Bilbao y todavía resuenan los ecos de su impactante Isolda en el Festival de Lucerna el último verano con Salonen. El mundo del lied podría estar a contracorriente de sus condiciones naturales, pero no es algo que asuste lo más mínimo a la cantante. Bastaron las tres canciones finales de la selección de cinco de Des knaben Wunderhorn, de Mahler, para comprobarlo. En Donde tocan las hermosas trompetas sacó a relucir un lirismo melódico de inspiración quizás wagneriana. En Consuelo en la desgracia exhibió un poderoso sentido dramático. Y en Partir y separarse hizo una demostración de fuerza arrolladora. Con tres cualidades tan importantes como lirismo, sentido dramático e intensidad expresiva se puede ir a cualquier parte. Urmana tiene además una poderosa presencia en escena y una personalidad muy definida. Su estilo puede gustar más o menos pero eso es otra historia.

VIOLETA URMANA

Con Jan Philip Schulze al piano. XVII Ciclo de Lied. Obras de Gustav Mahler, Henri Duparc, Serguei Rachmaninov y Richard Strauss. Teatro de La Zarzuela, 8 de marzo

Mayor libertad

Luego está su condición actual de soprano después de muchos años ejerciendo como mezzosoprano. De esta aparente ambigüedad también saca partido la cantante. Es más: gana libertad. Sublime, lo que se dice sublime, fue a mi modo de ver el bloque dedicado a Rachmaninov y la canción popular lituana ofrecida como tercera propina. Pasó de puntillas por el repertorio francés. En el alemán, con Mahler y Strauss de referencias -qué valiente- hubo de todo, desde momentos geniales a otros más insípidos. En ningún momento Violeta Urmana se achantó. Pasó por La Zarzuela como un ciclón. Levantó más admiración por su fortaleza vocal y expresiva que por su delicadeza y hondura a la hora de transmitir emociones y estados del alma.

Hubo quien se marchó con la añoranza de otras formas de interpretación, pero la gran mayoría del público disfrutó hasta el delirio. El pianista Jan Philip Schulze estuvo impecable de principio a fin. Su contribución artística dio empaque a un recital lleno de interés por su energía, heterodoxia, dramatismo y apasionado lirismo.

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