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Columna
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10 de marzo

Hay acontecimientos y fechas en la historia de un país que ni pueden ser olvidadas ni reducidas a una simple conmemoración ritual. En el caso de Galicia, una de esas fechas es, sin la menor duda, el 10 de marzo de 1972. Ese día, del que mañana se cumple el 39º aniversario, los trabajadores ferrolanos de la Empresa Nacional Bazán salían masivamente a la calle en demanda de su convenio colectivo y de libertades democráticas. La respuesta del régimen franquista fue, como es sabido, ametrallar a la manifestación obrera a la altura de la Ponte das Pías, causando dos muertos (Amador y Daniel) y numerosos heridos. La brutal represión se completó posteriormente con decenas de detenidos, despedidos y procesados. Pero ese día empezaron a caer todos los tópicos, repetidos ad nauseam, que describían a Galicia como una tierra mágica, poblada de gentes melancólicas con una tendencia irrefrenable a la pasividad, sin confianza en sí misma e incapaz de resistir ante la adversidad. Ese 10 de marzo empezó a caer el mito de la Galicia conservadora que, en términos lacerantes, habían dibujado Unamuno y Ortega hace aproximadamente un siglo.

La conmemoración pone de manifiesto que las conquistas de entonces están hoy en entredicho

En efecto, pocos meses después, en septiembre de ese mismo año, los trabajadores de Vigo, recogiendo el testigo de sus compañeros de Ferrol, realizaron la primera gran huelga general que paralizó durante quince días una ciudad de la importancia de la olívica, movilizando a decenas de miles de trabajadores y afectando al conjunto de las empresas de la primera urbe gallega. Pese a que la ciudad estaba tomada por miles de policías llegados de los más diversos rincones del país, la movilización de los trabajadores alcanzó tal dimensión e intensidad que fue considerada por las autoridades como un desafío abierto al régimen. Hasta tal punto llegó la situación, que el entonces gobernador civil de Pontevedra propuso una negociación política con los dirigentes de los huelguistas para poner fin al conflicto. Tal iniciativa no prosperó por la intervención directa de Carrero Blanco que consideró que tal negociación sería tanto como legalizar a Comisiones Obreras y al PCG, que según su opinión, en este caso acertada, eran quienes dirigían y articulaban el movimiento obrero y democrático vigués.

Así pues, es preciso reconocer que fueron los trabajadores, encabezados por Comisiones Obreras, los que pusieron a Galicia en el mapa político y los que abrieron el camino a un largo rosario de protestas y movilizaciones de gran calado (Pamplona, Vitoria, Barcelona, Asturias, Madrid...), que ya no cesarían hasta lograr el fin de la ominosa dictadura. Cualquiera que lea los informes que la Brigada Político-Social elevaba a los gobernadores civiles de la época y al Ministerio del Interior comprobará que la odiosa policía política, bien informada por cierto, consideraba inviable una mera reforma continuista del régimen. Y dicha imposibilidad residía precisamente, según la mencionada policía, en la presencia y pujanza de Comisiones Obreras. Como afirma Nicolás Sartorius en su último libro, El final de la dictadura: "Es cierto que Franco murió en la cama, pero su régimen sucumbió en la calle".

Recordar todo esto tiene realmente dos objetivos. El primero, reivindicar a los sindicatos gallegos y españoles que han hecho una aportación impagable a la conquista de la democracia, a la defensa de los derechos de los trabajadores, a la cohesión social y a la estabilidad democrática del país. El segundo objetivo -quizá el más importante- de la conmemoración del 10 de marzo es poner de manifiesto que las conquistas sociales que empezamos a lograr en aquellas fechas, desarrolladas y consolidadas después en democracia, están todas ellas puestas hoy en entredicho. En efecto, 39 años después las desigualdades se han profundizado tanto entre el Norte y el Sur como en el interior de nuestros países, la pobreza masiva ha reaparecido en las naciones desarrolladas, la protección social se erosiona en todas partes, los servicios públicos están amenazados, en los últimos quince años se han sucedido seis crisis regionales y ahora vivimos una general que es la más grave desde 1929, y el agotamiento de recursos y la contaminación progresan inexorablemente. Ante este desolador panorama, los trabajadores, como hace cuatro décadas aunque en condiciones diferentes, están abocados a encabezar de nuevo un amplio movimiento democrático con el fin de frenar semejante locura.

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