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Columna
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Decepción

David Trueba

Ha pasado la semana, y nada. Qué decepción. Nos hemos quedado sin la airada reacción, sin la cábala agresiva de nuestro periodismo de investigación sin investigación. Salió uno de los productores de El discurso del rey a recoger el Oscar a la mejor película y se lo dedicó a su novio. Pero en la prensa más conservadora no titularon que en los premios había triunfado la mafia gay. Tampoco que la gran mayoría de ellos fueran blancos y judíos llevó a esos medios tan alerta a asumir que se trataba de una organización controlada por oscuros intereses étnicos. Y lo más grave es que el tercero de los productores agradeciera al Gobierno inglés la subvención para hacer la película, superior al millón de libras, sin que ni una sola voz los tildara de subvencionados, de dorarle la ceja a Cameron o a Brown. Todo lo que fueron uñas afiladas para recibir los Goya con la sospecha de que catalanes, gais y criptocomunistas habían impuesto su poder mafioso, se transformaron en aceptación de los designios hollywoodienses como libre opción de una industria.

Es una lástima, porque ese periodismo de titular chocante y mandoble a diestra y a siniestra goza de éxito popular. Seguramente es una decepción para los usuarios dispuestos a recibir doctrina dura que blandir en barras de bar, mesa de familia o reunión de compañeros de trabajo. Puestos a bajar el listón, lo recomendable es bajarlo para todos.

Pero si ese rincón de nuestra información diaria nos ha dejado sin el aliento conspirativo, en otros rincones no nos ha ido mejor. Ocho páginas de periódico sumadas a dos diarias en la semana previa convierten a los Oscar en el acontecimiento anual más importante del cine. Si lo comparamos con la repercusión de los César franceses, media columna, habrá que concluir que de París nos separan varios océanos. La hermandad europea sigue funcionando así. Entre los cineastas fallecidos que se rememoraran en la gala no hubo ni rastro de Chabrol, Rohmer o Berlanga. Frente al discurso hegemónico de los reyes, estos maestros quedan arrinconados en el rango de intrusos. El negocio fabrica una corte alrededor de la cual babean todos aquellos que por la noche se van a dormir orgullosos de detentar un criterio propio.

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